“Venas, que humor a tanto fuego han dado, / Médulas, que han
gloriosamente ardido,”. Francisco de Quevedo y Villegas
Ya dijo Varelio en su Summa Ática
que solo los mediocres confunden la literatura con la vida, porque la
literatura es más, mucho más, solamente los que no tienen una vida real,
vivible, con sus latidos y sus miserias, con los vanos esplendores del arte y
las dulces oscuridades del vicio pueden confundirla. Lo demás es paja,
desperdicio, desobediencias indebidas, mustias congregaciones del miedo a
fluir, a ser. No sabemos a donde se va la vida que no vivimos, que cántaro
triste va llenando de lerdas melancolías junto a los soles que no veremos
amanecer o a las noches donde el cuerpo solo durmió sin una piel pene/trada u
otra saliva embebiendo los labios. Derroches de celibatos voluntarios, alguien
pedirá cuenta de ellos, desprecios a la carne que palpita enclaustrada en
mojigaterías innecesarias, torpemente elevadas a rango de virtudes, equivocadas
transacciones con la ignorancia o el error. Algo se diluye, se pierde
irrecuperable en esos tiempos vacíos, se derrama y se infiltra perdido para
siempre, si no gozas el cuerpo que tocas acaricias usas o no te gozan tocando
palpando masturbando serás menos la madrugada siguiente, ni siquiera semilla
podrida o harina gorgojeada, inútil. Solo aquellos que miran en su jardín las
vulvas abiertas como flores sagradas, o aquellas que miran en su jardín las
vergas erectas como túmulos sacros, podrán hacer la suma de eyaculaciones u
orgasmos y saberse vividos. Quienes malgastaron los nocturnos aferrados a
desdichados prejuicios que nada sumaron a la vertiente maravillosa del aquí y
el ahora, de la vida que efervese bullente y continuará fluyendo más allá de
ellos, sabrán al final que despreciaron lo único que veramente los justificaba.

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