Gavilla de espigas insinuantes en tu vaivén
de trigo maduro, reminiscencias de años incrustados en las memorias de antiguas
sensaciones y persistentes perfumes, horas de penumbras quietas, de cariños
floreciendo detrás de las cortinas, en silenciosos ventanales que daban al
ajetreo bullicioso de las calles inundadas por la tarde. Gladiador o gavilán
perseguido de no vagos recuerdos de delicadas insistencias carnales, de los
besos suaves que incendiaban el abrazo ya cruzando la puerta. Gabinete donde
quedaron archivados para siempre en sus anaqueles dorados los textos de la
intimidad alcanzada, las incitantes visiones de tu semidesnudez, los diálogos
de esas horas que le sustraíamos a la vida cotidiana para acercarlas a lo que
ya era el paraíso de los amantes perdidos. Y va mi mano rasgueando y punteando
una música de ensueño por tu piel de miel y dulzuras, hurgando lenta y tierna
bajo la enagua tenue, buscando en sus pliegues edípicos la latitud de tu recato
en los tibios soles de tu vendimia otoñal. Y rozo tus vellos púbicos, sedas
interpuestas entre la yema de mi dedo y la verticalidad húmeda que se deja
inducir a la lujuria calmada de los que saben como navegar por los oleajes de
las pasiones sin perder el rumbo ni el sentido, rozas el guerrero dormido y tu
mano se llena de una deliciosa erección inducida. Y sigo bebedor de ti,
embriagado por las dulces uvas de tus mórbidos pechos, ebrio de tu saliva,
endurecido como la arena por la que caminas ahora invocada por mis nostalgias
en esa humedad salina de la cercanía del mar donde atisbas mi solemne
atardecer.
jueves, 6 de marzo de 2014
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