Segunda pieza de un erótico y
clandestino concierto conventual, la penumbra de la luz que solo pene/tra por
los resquicios de las antiguas paredes, la intimidad congregada por un femenino
desorden, el sostén y las bragas en sus excitantes blancos edípicos, el vestido
lánguido y sensual sobre el sofá como un jirón ya vencido en previa rendición.
Las voces entretejen una charla de objetos cotidianos mientras los ojos bajo el
hechizo de una concertada lujuria buscan, horadan, interrogan, juegan las
ardientes fichas del deseo. En el lecho, la tímida flor cubierta, púdica y
sonriente, bajo los pétalos donde duerme su soledad de antiguas y lujosas
remembranzas, de un sexualidad esparcida por los años antiguos con la dulce
ingenuidad de una ninfa soñadora. El flujo de lo sucediendo los atrapa en
codificados tópicos manuales, entre acechos temerosos y tenues coqueteos, la
doña imaginaria, el visitador invisible, lo que vendrá en la continuidad de la
descubierta cercanía. Invitada, la mano manosea el falo dormido, reacio en la
timidez del recurrente desconcierto inicial, de la ansiedad del azar, de lo
ansiado y lo desconocido, la verga inicia su erección voluptuosa, sensibles
roces la yerguen entre los goces del suave frote onanista, todo fluye por un
delicioso caudal de tibias aguas sexuales aunque la femínea mano aun no toca,
pero de pronto intempestivo desde la otra penumbra de la maja acostada va
surgiendo oblicuo y referente un visitante fantasma cornudo, el formal y gentil
hidalgo engañado, y se viene una contención contenida, una solicitada mesura,
la fijación de un poco tiempo, la intuición de la temporal virginidad
necesaria, y el príapo se derrumba ante la desencantada premura, se esconde
laxo y derrotado, huye hacia otro día en que se volverán a jugar, quizá con más
suerte, las urgentes fichas del deseo.
jueves, 13 de marzo de 2014
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