jueves, 13 de marzo de 2014

INTERRUPTUS FIRENZE


Segunda pieza de un erótico y clandestino concierto conventual, la penumbra de la luz que solo pene/tra por los resquicios de las antiguas paredes, la intimidad congregada por un femenino desorden, el sostén y las bragas en sus excitantes blancos edípicos, el vestido lánguido y sensual sobre el sofá como un jirón ya vencido en previa rendición. Las voces entretejen una charla de objetos cotidianos mientras los ojos bajo el hechizo de una concertada lujuria buscan, horadan, interrogan, juegan las ardientes fichas del deseo. En el lecho, la tímida flor cubierta, púdica y sonriente, bajo los pétalos donde duerme su soledad de antiguas y lujosas remembranzas, de un sexualidad esparcida por los años antiguos con la dulce ingenuidad de una ninfa soñadora. El flujo de lo sucediendo los atrapa en codificados tópicos manuales, entre acechos temerosos y tenues coqueteos, la doña imaginaria, el visitador invisible, lo que vendrá en la continuidad de la descubierta cercanía. Invitada, la mano manosea el falo dormido, reacio en la timidez del recurrente desconcierto inicial, de la ansiedad del azar, de lo ansiado y lo desconocido, la verga inicia su erección voluptuosa, sensibles roces la yerguen entre los goces del suave frote onanista, todo fluye por un delicioso caudal de tibias aguas sexuales aunque la femínea mano aun no toca, pero de pronto intempestivo desde la otra penumbra de la maja acostada va surgiendo oblicuo y referente un visitante fantasma cornudo, el formal y gentil hidalgo engañado, y se viene una contención contenida, una solicitada mesura, la fijación de un poco tiempo, la intuición de la temporal virginidad necesaria, y el príapo se derrumba ante la desencantada premura, se esconde laxo y derrotado, huye hacia otro día en que se volverán a jugar, quizá con más suerte, las urgentes fichas del deseo.

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