Carta a ‘esa’, divina mujer inextinguible.
“El nombre de una
mujer me delata. / Me duele una mujer en todo el cuerpo”. El Amenazado, Jorge
Luis Borges
Mi evocación erótica más nítido y excitante
es de cuando llegaba a tu isla de dorada quietud en esos días calurosos de antiguos
verano, y tú me esperabas solo con la bata y los tacos altos rosados, y debajo solo
con esa mínima y sensual ropa interior también rosada, y yo me desnudaba
totalmente, y me tomaba el café junto a ti, sentados en el sofá conversando humano
y lo divino como si la intensa sexualidad latente fuera un óleo en la pared o
gotas de lluvia en el ventanal, y después comenzábamos a jugar tocándonos,
acariciándonos y masturbándonos, hasta llegar a excitarnos mutuamente y
encendernos la piel ilimitados, y luego hacíamos consumábamos vivíamos el amor
allí mismo, o nos íbamos al dormitorio desaforados como si fuésemos los últimos
de la especie, y alguna vez hasta lo hicimos en la alfombra, de pie, en sueños,
trasvestidos, coronados o inciertos, o incluso allá por en otros lúdicos lechos.
Yo me había desgastado en la búsqueda continua de una mujer imposible sin saber
que era lo que en ella buscaba y necesitaba, hasta que te encontré esa tarde de
piernas largas cruzando el puente con tu chal, tu altura y tu seriedad de reina
incipiente, y ahí accedí a la certeza deslumbrante que era eso lo que me
impulsaba a seguir y seguir en esa búsqueda obsesiva y sin sentido, era nada
más nada menos una sacerdotisa imperturbable como tú, que me aceptara como soy,
con mis fantasías y mis experimentaciones, con mi búsqueda insaciable del goce
físico que me hace olvidar el mundo y me justifica el seguir viviendo en el
tedio cristalizado de las rutinas del tumulto, una vestal hierática e
incandescente que me acompañara en esa travesía por las turbiedades del
infierno y los destellos del paraíso, que fuera mi cómplice y mi compañera, que
compartiera conmigo abiertamente esas locuras y obsesiones. Contigo me di
cuenta que eras lo que busqué por años y años, la confianza total, la entrega
absoluta, la intensidad de compartir todos los sueños eróticos y más, el buscar
y experimentar en pareja, unidos en el deseo y el placer. Contigo comencé a
vivir mi sexualidad como nunca lo había hecho, pude confesar mis pecados y mis
pequeñas perversiones, al fin pude ser como era. Todo lo que físicamente hemos
vivido y sentido juntos sigue vigente en mi memoria, con detalles lúcidos y precisos
de situaciones y sensaciones, siempre estoy repasando y hurgando esos
maravillosos e inquietantes recuerdos para volver a revivirlos estremecidos en
mi cuerpo y burbujeando en los oscuros socavones de mi alma. Y todo esto sin
contar con el misterioso amor, la cercanía, la amistad leal y sincera, la charla
inteligente y culta, el cafecito como un rito del encuentro apartado del tráfago
de lo cotidiano, de las repeticiones inútiles, de las puercas miserias de la
vida. Porque también puedo decir que contigo pude al fin ganarle la mano al
destino cuando los días fueron tristes.

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