martes, 25 de marzo de 2014

RE/ENCARNACION/ES


Es un hecho de la causa, en una de las próximas vidas seré un monje en total celibato aunque pase las noches deambulando por los fríos corredores del monasterio flagelado por los cilicios del deseo, asediado por los mismos demonios de la vidas anteriores en las que fui lobo, caracol, lombriz, y más de alguna vez miserable gusano. Sé que antes fui un filosofo griego allá por las islas del conocimiento y un mantenido por las meretrices en Babilonia, un biólogo predarwinista y creo que también fui un feroz anarquista, pero no tengo claridad en que época ni si asesinaba a filosa daga en los mármoles eternos del Teatro de Pompeyo o con vulgares balas cerca del puente Latino, en una ciudad brumosa y oscura de puentes de piedras sobre un río milenario. Conociéndome debo haber sido también Rasputín con su mezcla de esotérica religión y sexo bendecido, o el Divino Marques en sus continuas, pervertidas e impúdicas exploraciones. Lo que recuerdo con meridiana claridad es que por los treinta, en La Habana, Cuba, fui un músico que tocaba la tumbadora para una vedette que hacia un striptease famoso en un tugurio de mala muerte donde iban los gringos embaucados a gastar sus dólares malvenidos. Aun a veces me veo en el sueño con mi conga mirando desde atrás a la stipticera con el rostro impasible como si viera llover. Rara vez logro verle los pechos inhiestos y orgullosos, sus pezones breves, rosados y tiernos, o sus vellos púbicos artísticamente recortados en forma de corazón, pero disfruto sus nalgas exuberantes como hechas a mano, sus piernas largas y muy bien torneadas, y sus muslos de un alabastro tropical que dolía en los ojos y en las manos que golpeaban monótonas el pellejo del tambó. Yo era negro entonces y la bataclana muy rubia, quizá éramos parte de la armonía de ese Universo en incesante descomposición. No sé si en esa vida grata de habanos y ron de caña yo era su amante macho en extremo dotado o la amaba escondido sin esperanzas cada noche de su desnudez bien pagada. De lo que estoy seguro es que alguna vez fui lombriz y caracol un jardín con dalias y zinnias donde las mariposas revoloteaban como si siempre fuera fiesta o carnaval. Sí, en una de las próximas reencarnaciones seré un monje en absoluto y doloroso celibato, pero no en la venidera sino a partir de la subsiguiente porque todavía me queda una vida en que seré más ni nada menos que un patético viejo califa.

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