jueves, 13 de marzo de 2014

LA VENUS QÜINTA


No es una mujer atractiva, es obesa, baja, madura y mas bien vulgar, incluso desaseada y con intenso olor a sudoración, pero tiene un par de tetas enormes que le cuelgan casi hasta su estomago. Un día me fijé que ella llevaba puesta una remera negra semitransparente, por lo que se le podían ver los enormes pezones oscuros en contraste con de sus pechos pálidos, no llevaba corpiño. Mientras ella me conversaba yo no podía sacar la vista a esa enorme tetamenta. Ella creo que se daba cuenta de que la estaba mirando, pero no hizo ningún gesto para cubrirse. La siguiente vez me propuse no mirarla más de esa forma, ya que si ella me dijera algo al respecto yo no sabría que hacer, sexualmente no me atraía, solo me estaba atrapado en su edípico busto. Sé que hice el mayor esfuerzo posible, pero la encontré vestida con una polera blanca no transparente pero que dejaba marcar muy bien sus sobresalientes pezones, y por más esfuerzo que hice, de vez en cuando la vista se me desviaba hacia esas enormes tetas y sus dos incitantes protuberancias. Ahora estaba casi seguro de que ella se daba cuenta de la situación, pero me dejaba disfrutar de sus pechos con una cómplice incestuosidad maternal. Navegando en esas aguas turbulentas no sé como fui tomando un rumbo hacía mi más obsesivo imaginario. Yo estaba sentado y de pronto ella se para detrás de mí, se inclina apoyándome sus pechos sobre mi nuca y comienza a moverse lentamente frotando sus mullidos senos en mi cabeza, yo me excitaba mucho y me verga se erectaba a punto de eyacular. Como tenia puestos pantalones cortos mi erección se hacía perfectamente visible, como ella estaba mirándome desde arriba se daba cuenta y se sentaba en frente mío, entonces mirándome a los ojos fijamente se levantaba la polera y al no tener corpiño sus grandes pechos quedaban al aire, desnudos, imponentes. Yo me quedaba sin palabras, solamente miraba sus pechos enormes que tenían unos pezones oscuros y grandes aureolas, tal como las había imaginado. Ella me decía que no tuviera vergüenza y que me atreviera y le tocara las tetas, entonces como yo no reaccionaba ella se acercaba, tomaba mi mano y se la llevaba sus pechos, diciéndome que se los acariciara y apretara. Yo por fin tomaba la iniciativa y comenzaba a besar esos pechos enormes, a chupar esos duros pezones, gozando de esa tetamenta mientras se las apretaba con las manos. Después, sin decirme nada, ella me bajaba los pantalones y los calzoncillos, se hincaba frente a mí y comenzaba a chuparme la verga erectísima, la agarraba con sus manos desde abajo, y con su lengua jugueteaba con mi glande, luego me acariciaba los testículos y comenzaba a chupármela como si quisiera exprimirle todo su néctar seminal. Yo ya no podía aguantar más y le decía casi gritando que estaba por acabar, entonces ella empezaba a pasarme sus enormes tetas por la verga, masturbándome con ellas hasta que eyaculaba en sus grandes senos matriarcales. Cuando salió la última densa y lechosa gota de semen, escuché que dijo ― Mañana nos vemos ―y me guiño el ojo. En ese momento supe que todo lo que había sucedido y no sucedido se iba a volver a repetir muchas veces más.


Nota del autor.- Lo que está en cursivas es un palimpsesto.

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