“Usted es la
culpable
de todas mis
angustias
y todos mis
quebrantos
Usted lleno mi
vida
de dulces
inquietudes
y amargos
desencantos”
Usted es la
culpable. José Antonio Zorrilla
Miro su erótica fotografía, regalo y filosa
daga a la vez, “esa” imagen sin rostro, anónima, aquella visión enmarcada que
solo yo sé que es de Usted, con sus pechos desnudos y los grandes pezones
oscuros coronando, inhiestos, orgullosos de su incitación viciosa, y siento deseos,
muchos deseos, y se me viene a la mente su perfume en las mañanas cuando le
abro la puerta, y la veo tan linda con sus botas de tacones que me dejan
encarcelado entre el eco de sus pasos resonando y su inquietante aroma para mi
desesperación de Usted. La seduciría con mucha ternura, cariños, caricias, con
palabras que la hagan soñar, con susurros en sus oídos, con mis manos
acariciando su pelo, la abrazaría con delicada pasión para que en mis brazos se
sienta protegida, la besaría suavemente para que viviera en el roce de nuestros
labios esos sueños de amor que guarda en su alma romántica, y así iría dejando
salir mis deseos para que también salieran los suyos, libremente, sin forzar
nada, y se fuera rindiendo extasiada a las ansias de ser amada. Acariciaría
todo su cuerpo muy suavemente con las tímidas yemas de mis dedos y me detendría
en sus pechos rozando sus pezones muy suave y también en su sexo, suave, la
masturbaría un poquito, besaría sus pezones, y luego, cuando este bien excitada
le haría un fogoso e incesante sexo oral, y cuando ya este a punto del orgasmo
onanista, recién la penetraría encarnados ambos en un éxtasis animal. Porque
desde la mañana me enamoro de su fragancia y su pelo y sus ojos, y en el día me
embruja cada vez que me trae el café y yo puedo entonces rozar por un instante
su mano con su venia implícita en la tenue lentitud con que la retira en
coqueta complicidad. Porque en su ingenua crueldad sabe que su recuerdo me
duele como una deliciosa herida que Usted va salando mientras yo me voy
imaginando su piel en mis manos, tocar su pelo, acariciar su rostro con ternura
y a la vez ardientes deseos de Usted, y se me viene como un cariño incipiente,
una brusca necesidad de sentirla cerca, de abrazarla y quedarnos así mientras
escuchamos el 'Si tu te atreves' que nos dibuja en sombras contra el muro de lo
imposible.

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