Flores del fango primordial, esencias de
hembras atávicas, vestales inconclusas, esfinges corrompidas por el tiempo que
no sucedió según el incierto borrador de sus sueños, cuerpos estragados en la
curtiembre desoladora de las mustias miserias de las vidas sin rumbo ni
certezas, vírgenes sagradas o burdas meretrices. Flor del canelo, mujer de la
tierra ancestral, piel morena, corto cabello muy liso y grandes senos, la sonrisa
persistente la libera, la exculpa y la sostiene en su voluptuosidad casi
animal, las carnes duras, tersas, tensas por los deseos contenidos, por el
monótono monólogo del solitario insomnio. Hija de la flor del canelo, muchacha
mujer de las tierras ancestrales, piel canela, cabello muy liso y de hermosa
tetamenta, no avara en los escotes ni en sus piernas exhibidas con picara
coquetería juvenil, pasto tierno para bueyes viejos, ninfa fugaz, vedada e
imposible. Rosa vulgar, abarcadora y exuberante, tetona majestuosa, maja de la sola
toalla o de la ancha y suelta camisola rajada, exhibicionista impúdica de sus
gozosos pechos, soez y agresiva, siempre viuda de sucesivos amantes temporales,
engañadora en su palidez ancha y excitante, trampa de machos endurecidos, hembra
prototípica de insistentes vicios onanistas. Amarilla flor de cactus de agria
savia venenosa, irritante madona desengañada, sobreviviente y victima, de marchitas
gorduras y bello rostro envejecido, la risa escondida en sus íntimos rincones,
dolorosa e impotente en sus filosas espinas urticantes, sin fisuras ni
intersticios, encogida impenitente entre los sólidos muros de su eterna
desconfianza. Maduro capullo ranchero de pequeños pechos núbiles en breves
escotes y de gratas charlas que dan y quitan en un lubrico juego desconocido,
colorida en su canto enternecido, en el acogedor ámbito de su cuarto donde
reina entre quietos recuerdos de los antiguos boatos de sus reinos perdidos, inconquistable
sin los adornos de los engaños sugeridos. Florcilla sencilla y humilde, mal
vestida y poco aseada, morena clara, de cara redonda y regordeta, toda su lindura
está en su ojos color de miel y algo tristes, incrustados de una perpetua
hondura funeraria, bajita, gordita y tetoncita, de imponentes ubres que le cuelgan
como una venus prehistórica, en continua seducción desperdigada reniega del
sostén para exhibir con desparpajo sus protuberantes pezones. La más antigua
floración recién florecida, de insoportable belleza sumergida en los años de la
barriada adolescente, vanidosa en las penumbras, exquisita y delicada
sacerdotisa de los ritos masturbatorios, habitada de remembranzas, de años y
lugares, de hombres que la invadieron sin dejar rastros, sublime meretriz de
acogedores senos caídos, cortesana para siempre inconsumada. Misteriosas flores
del fango, hembras atávicas, vestales inconclusas, esfinges corrompidas,
vírgenes intocables que se niegan ufanas al acecho del fauno pervertido y al arcaico
derecho a pernada.
sábado, 15 de marzo de 2014
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