“Yo siempre regreso a los pezones…”. Agustín Fernández Mallo, 2012.
No estás, no vuelves, solo
permanece la segunda puerta desvencijada con el candado como un desolador aviso
de tu continua ausencia, como una bandera de naufragio, como el oscuro de la
noche sin luna, no habitas, no duermes ahí donde te buscaba en las mañanas
sigiloso con los dedos cruzados para no encontrar al gentil hidalgo engañado y
estuvieras sola solita como esperando que apareciera el fauno provocador e
insistente que te llevaba de la mano, esa mano suave del rito, por los caminos
de tu pasado de hembra deseada hasta por los árboles que te daban sombra
mirando tu escote o el pasto que te espiaba bajo la falda, deseada por los
innumerables que disfrutaron tu belleza inverosímil y altiva que dejaba un
aroma de distancia imposible cuando caminabas por la antiguas calles del
barrio. No estás, no hay las penumbras encerradas, ni las rendijas del sol
voyerista, ni la charla equivoca entre nostalgias y coqueteos, ni la silueta de
Manuela desordenando las cosas que dejo el nocturno encima de la mesita, la
ropa encima del sofá y los deseos que viajan vertiginosos desde el lecho donde
asumes tu veleidad de madura maja majestuosa hasta la silla donde yo me declaro
macho en ciernes acechando. No estás una y otra vez, desapareciste con tu risa
pícara y tu languidez de musa adormecida, ya no está tu mano suave acariciando
mi verga cohibida, masturbándola con una ingenuidad de virgen florecida,
dejando que mis manos sopesen tus pechos, rocen delicadas tus pezones pequeños
y punzantes, exhibiendo tu pubis con sus suaves vellos y tu vulva vedada a mis
dedos que solo pueden imaginar esa humedad escondida en la penumbra donde no
estás.

No hay comentarios:
Publicar un comentario