sábado, 8 de marzo de 2014

VIXUALIXAXIONES


Cuando se ven videos pornográficos el sexo asume una densidad íntima, calurosa, húmeda, sensual, es como sumergirse temporalmente en densas aguas tibias y viscosas, casi se puede percibir el olor animal de nuestras feromonas, es como si un sudor transparente va humedeciendo la piel, se va sintiendo una invasiva sensación de que algo comienza a crecer por dentro, en las vísceras, pulsando en el vientre, instalándose en el pubis con una fuerza lenta pero arrolladora, como un breve arroyo que se va convirtiendo en un torrente del que a partir de un punto critico ya no podemos escapar y caemos en el abismo de una extasiante voluptuosidad carnal sin retorno, ilimitada y deliciosa. El tiempo cristaliza y nos encapsula, se detiene fuera del ámbito donde se consuma el goce solitario y escondido, sea este la masturbación consumada o interruptus, un manoseo impúdico o un breve roce genital, o incluso un lamido de la lengua por los labios sedientos. Todo lo externo a la fantasía que observamos sentimos vivimos disfrutamos no existe, se genera un nexo interior entre nuestro cuerpo estimulado y el origen de la estimulación que no deja lugar a nada más. Los ojos se clavan en la pantalla limitando la visión solo a ese rectángulo iluminado, circunscribiendo el tiempo y el espacio a esa realidad virtual donde todo lo que deseamos en esos instantes sucede, el voyerismo se transforma en tactos, caricias, succiones, participamos de la trama, de los deleites, la masturbación es cópula, pene/tración, fellatio o cunnilinguis, las escenas se corporizan y sentimos que participamos en ellas con cada uno de nuestros sentidos, nos introducimos en las imágenes, somos él o ella, después ella o él, nos travestimos sin quererlo, asumimos una bisexualidad abierta, una homosexualidad estremecedora, nos hundimos en una densidad ambigua, confusa, poseemos los dos sexos según la secuencia de lo que vemos, según los gustos instintivos que vayan surgiendo dirigidos por las instancias del placer, porque los deseos surgen sin género, excita tanto una vulva carnosa, húmeda, pilosa, como una verga erecta, dura, gruesa, sentimos el gozo del ser que pene/tra y del ser pene/trado, indistintamente y a la vez, según el ángulo de la visual, la ubicación de los cuerpos, la puesta en escena, o simplemente la pulsión que en ese momento nos estremezca. La mano propia masturba como si fuera parte integral del escenario, el cuerpo se estremece sintiendo el nítido contacto tibio y sudoroso con los cuerpos que teatralizan una a una nuestras más ocultas fantasías. Solo salimos de ese lúbrico túnel cuando la eyaculación o el orgasmo se han consumado, y comenzamos a recuperar la realidad lentamente en medio de la saciedad y la melancolía de la petite mort.

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