Hoy anuncian chubascos, el día es gris,
silencioso como un papel en blanco, frío, porque siento tu cercanía muy nítida
pero no el roce ardiente de tus manitos. Y me voy buscando esos ricos bechitos
en mis tus labios de morocho sibarita, mamacita rica, que si te pillo te muerdo
los tuyos míos hasta que te rindas y me dejes tocarte los pechos y de ahí no te
suelto en toda la tarde esta de frío esperando que se nos venga la noche que
vendrá porque siempre viene con mi lengua hurgando desesperada en la boca tuya
mía intentando convencer a tu lengüita que me venga a hacer reiki pero tocando
como mandan la buenas costumbres, eso. Entonces, para romper la tibieza y
entres el calorcito p'al frío lo voy a hacer como ordenan las malas costumbres
e iré ensalivando toito tu cuerpo de siempre diosa, afanando primero en tus
senos de puntitas a valle, y luego iré dejando un sendero de caracol bajando
por tu pancita hasta ir a enredarme helicoidal en el vórtice de tu ombliguito
para esperar el nocturno embuido de ti en ese monasterio de ermitaño, y ya
noche, bajo tus sábanas consumar los pensamientos pecaminosos bajando...
bajando... bajando... férvido de ti, hasta consumar el rito, entrelazar
nuestras piernas como dos hiedras ardientes, abrazarnos como náufragos al único
objeto que nos salva, trabados, enredados, sumidos en uno en el otro, bajo las
sábanas, escondidos como niños iniciándose en el pecado, y someterte (que
hermoso verbo!), poseerte más allá de ti misma, urgir tu piel para que arda, se
queme pegada a mi piel, abrir y hundir, restregar, socavar, dejar los deseos
inmunes a la vergüenza y al pudor, morder, rasguñar, sobajear ebrio de
suavidades el vértice interno de tus muslos, sorber tus pezones en un lentísimo
ceremonial, palpar, acariciar, deslizar mis dedos ávidos por tu pubis
rastreando... rastreando la incitante humedad de tu sexo... Hace mucho frío
acá, pero pasé la noche abrigadito en ese mullido paraíso, me soñé ahí, entre
esos dulces cojines edípicos, envuelto en sus mórbidas tibiezas, durmiendo
acurrucado, indocumentado y feliz, lejos del este mundo ancho y ajeno, como un
bebé que ha vuelto al fin al pecho materno, y así dormí como un príncipe en el
tierno canalillo de mi mamacita soñándome en el sueño apegado a ti en
cucharitas. Dormí entre ti, entre tus dulce carne pecadora, abrumado de tus
piel, de tu perfume, de la densidad voluptuosa de tu cuerpo, entre tus pechos,
entre tus muslos, alimentado por la íntima humedad de tus eróticos rincones
florecí como un musgo desesperado que se apegaba a ti hundiendo sus raíces en
la fértil tierra de tus instintos, mientras me susurraba al oído que la lluvia
chiquita esa era mía.
domingo, 23 de junio de 2013
domingo, 2 de junio de 2013
SUEÑO CON SIRENA
Sí, te soñé!, ah! y fue como te dije, una
playa fluvial, en medio de un verano caluroso y extrañamente solitaria, yo
tomaba un baño de sol piluchito, (en bolas), y de pronto escucho un chapoteo y
veo salir una sirena, madurita, de hermosas piernas gruesas, deliciosos pechos
llenos, incitante pancita, el pelo mojado pasado para uno de los lados por
alrededor del cuello, y vistiendo un traje de baño de una pieza, de amplio
escote, y de color negro con una franjas rosadas a cada lado en arco por sobre
sus muslos, ah! que muslos!... Como era un sueño, nos pusimos a conversar
tranquilamente, yo desnudo y ella con su traje de baño apegado a sus curvas de
hembra exquisita, yo le miraba insistentemente el escote, los muslos, esas
piernotas ricas, tratando de que esas visiones voluptuosas no me produjeran un
efecto impúdico y vergonzoso..., pero, la carne es débil, vos sabés, entonces
ella miro el efecto y sonrió comprensivamente... Estábamos tendidos en la
arena, y ella me tomó de la mano y nos pusimos de pie mirándonos a los ojos,
una chispa saltó entre ambos encendiendo los deseos ya recalentados por el sol.
Una de sus manos acarició mi rostro moreno y la otra con coqueto desparpajo fue
a mi pubis y tomó con delicada suavidad mi miembro y comenzó a jugar con el
lasciva e insinuante, yo sin pensarlo lleve mis manos a los breteles de su
traje de baño y comencé a bajarlos con lentitud de sibarita, y fueron asomando
al sol sus suculentos pechos, sus apetitosos pezones, mis ojos se clavaron es
ellos como los de un bebé hambriento mientras mis manos continuaban bajando la
negra malla de baño, dejando su desnudez soleada como si estuviera quitando la
cáscara de una deliciosa y apetitosa banana, su mano seguía en mi verga ya
erecta, entretenida en un juego asaz lujurioso, mi cuerpo se estremecía con
cada travieso sube y baja. Continué bajando la malla, apareció su pancita de
madurita calentona, su ombliguito se miró frente a frente con el mío, y seguí
bajando la tela negra con sus franjas rosadas hasta que aparecieron en
contraste con la palidez virginal de su piel sus oscuros y finos vellos
púbicos. Quizás por el intenso soleado nuestros rostros iban adquiriendo un
marcado rubor. Ella, previendo mi movimiento descendente soltó suavemente mi pene
y yo me hinqué para seguí bajando con placentera parsimonia la negra malla,
disfrutando cada poro, pliegue y pedacito de esa piel anhelante, su vulva quedó
frente a mi rostro y olí su intimo aroma como en un sueño dentro del sueño,
bajé el traje de baño hasta las rodillas, rozando su hermosas piernotas, (ahora
que lo pienso, no me extrañó que la sirena no tuviera cola de pez), y seguí
bajando hasta los tobillos, para finalmente sacarle la malla bajo sus pies.
Ella guardaba un silencio cómplice, aprobando tácitamente mi intención, así que
eleve mis manos hasta sus nalga y hundí mi boca en su deliciosa vagina, y en un
frenesí de naufrago lamí, sorbí, lengüeteé, hasta llegar a la pene-tración
lingual, ella se quejaba quedito y me aferraba la cabeza con sexual
desesperación, mis manos eran garras en sus mórbidas nalgas pomposas, bebí su
íntimo y denso licor mezclado con el agua del río que aun permanecía como un
tibio rocío en sus vello ensortijados. Intuyendo la cercanía del clímax ella
fue haciendo una lenta genuflexión hasta tenderse de espaldas en la arena que
ardía bajo el sol fisgón, yo que aun estaba hincado como un monje ante una
aparición milagrosa me escurrí sobre ella pausadamente, hasta que mi erguido falo
enfrentó su húmeda vulva, hice surcar por unos instantes mi verga endurecida en
ese tierno cauce palpitante para aumentar sus deseos, puncé dos o tres veces
con contenida fuerza y luego en un movimiento salvaje e irracional la pene-tré
como si fuera el ultimo espasmo de mi vida, gritó, grité, nos retorcimos sobre
las arenas quemantes, yo la jineteaba como un macho cabrío, ella me mantenía
atrapado con sus piernotas cruzadas por mis nalgas como una ninfa al fin
desvirgada, sus manos eran garras en mi espalda sudorosa por el sol inclemente
y los ardores de la copula, y vinieron los convulsiones, los quejidos, grititos
y susurros se perdían entre por los cañaverales hasta las lejanas arboledas, y
mi falo vertió en impetuosos chorros su liquido seminal que escurrió como una
lava candente en sus entrañas de hembra violada allí en las arenas, mientras
allá por el río iban los camalotes como sonriendo con picardía mientras nos
observaban en su paso hacía el océano. Nos quedamos así unos minutos
recuperando la respiración, la besé con todas mis ternuras y me deslicé a su
lado. Nos quedamos largo rato tendidos y tomados de la mano, en silencio,
mirando el otro cielo. Después ella se fue escabullendo hacía el río como
avergonzada, sentí el chapoteo cuando se sumergió para siempre en las aguas y
recordé esos versos finales del poema de Amado Nervo: Amé, fui amado, el sol
acarició mi faz./¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!. Eso.
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