Sentía su carne en
mi carne y frotaba con los ojos sus senos prodigiosos. ‘Estos años’, Julio
Scherer García.
La mañana se abrió con
un dulzor de mielmesabe y papayuela, era un sabor distinto, sensual y a la vez
acogedor, casi maternal, abrí los ojos encandilados por esas tiernas fragancias
y vi tus suculentos pechos fulgurando en el íntimo azogue estremecido y su
reflejo turgente viajó como un vaho carnal hacia los ojos ávidos del fauno
oculto detrás de otro lejano azogue invisible. Tus senos en las copas blancas
rebosando sus exuberantes curvaturas, sus pomposas suculencias, tus senos
deliciosos como dos cálidos poemas edípicos, tus tersos y altivos senos que
dejan a las heliconias celosas y erguidos a los geranios, esas dos sensuales lunas
que abren el delirio de la sed y los apetitos insaciables de morderlos con la
sexual ternura del hambriento de ti. Vi tus pechos en sus curvas maduras y
salientes, en la media redondez de dulces frutas otoñales, con el resabio
desordenado de todos los aromas que perfumaron esa pálida piel a través de los
años incrustados en sus poros, y fue como seguir amaneciendo a la espera de los
gloriosos albores de tus pezones. Y ceñí tus pechos a mi cuerpo, pasé por sus
entibiadas redondeces mi mano golosa y curvé el universo según su nítido
contorno, percibí su gustosa tersura iocática, su blanda saboricidad
voluptuosa, su mullida convexidad de secretos ensueños adolescentes, sus combas
que elevan el deseo, erectan la lujuria, despiertan la necesidad de hundirse en
ese canalillo como en una tibia almohada donde están los rescoldos de antiguas
reminiscencias de impuros pensamientos y de oscuros pecados.