“Ahora mismo
píntame como una leona que te quiere devorar”. Ella, misma.
Llueve una lluvia
antigua que cae desde las primitivas constelaciones del amor y del sexo, estoy abrazadito
contigo oyendo llover lluvia de rosas, dándote besitos tiernos, acariciando tu
pelo, susurrándote versos de amor, pones tu cabeza en mi pecho y me acaricias sobando
mi barriguita y más abajo con esa manito curiosa hasta ir a jugar con mis
vellitos. Mientras yo voy contándote historias de reinas y faunos en un bosque
encantado para adormecerte entre sueños y después hacerte el amor como pluma de
ganso, suave, lento, oyendo llover con nostalgias lejanas, calmados y
tranquilos imbuidos de la intensa cercanía. Subes desnuda sobre mi vientre y te
entierras mi pene erecto en tu sexo, todo todito y te mueves y lo exprimes allá
dentro de ti como una loca rosa carnívora, yo te tomo los pechos, los acaricio,
los amaso, y te dejo hacer, me cabalgas empalada en mi mástil, siento como lo
estrujas, como lo aprieta en tu vagina, devorándolo con tu anémona hambrienta,
me jineteas con la desesperación de una amazona en celo acuciante. Me quedo ahí,
penetrándote quieto, sintiendo tu humedad, tu fuego, tu apretura, mamando tus
pezones con la ávida ternura de un incestuoso niño desvalido. Con tus manos en mi
espalda me ajustas a ti imbricándonos y compenetrándonos, haciendo coincidir
cada valle o duna, cada promontorio o concavidad de nuestros cuerpos trabados
en la intensa cópula que va sucediendo como en ralentí para retrasar y aumentar
el goce físico y el deleite emocional. Tú encima mío, yo clavado en ti con todo
mi falo en tu voraz sexo mojado. Nos movemos juntos, en el mismo vaivén y al
mismo ritmo, muerdo tus pezones con cariño, gimes y gimes, te beso y mi lengua también
penetra tu boquita, así sofocada entras en el violento estremecimiento del
orgasmo que me contamina de tu lujuria y me derramo entre tensos estertores quemando
tus entrañas con mi densa lechada. Permanecemos abrazados, mi pene tierno, laxo
y blandito incrustado en tu anegada vagina saciada, oyendo caer en un silencio
de amapolas y magnolias las antiguas aguas del aguacero que se vino desde las
primitivas constelaciones del sexo y del amor.