“El pecado no es imaginar sino no atreverse a ello.”
Y fue una noche mágica en el
borde mismo del deseo, pude oler tu perfume, sentir la tibieza de tu piel, tu
respiración, vi tus pechos grandes y plenos con sus pequeños pezones sensibles,
protuberantes, con sus claras aureolas rosadas. Vi tu cuerpo macizo, lleno, sin
ningún vello, femeninamente depilado, y veía ese breve surco rosado carnal,
oloroso a ti, y me entregué a ti, y me olvidé de todo, dejándome hacer lo que
sentía, sin limites; busqué, exploré, toqué, besé, lamí, acaricié, entregándome
entero para que tú sintieras mi rendición y te entregaras igual, y así
hundirnos en esas intimas sensaciones hasta el éxtasis. Entonces comenzaba a
recorrer cada milímetro de tu piel, solo para dolerme mas de mis deseos, de mis
ansias, hundía mi rostro en tu cuello, me escondía allí de todo, olía tu
perfume y tu sudor después de sentir la olvidada intensidad del amor imposible,
no quería moverme de ahí, besaba tu oreja, jugaba con ella con mis labios y mi
lengua húmeda, enredaba mis manos en tu pelo y te besaba, te besaba mucho para
saciarme en tus besos, jugaba en tu boca con mi boca, en tus labios llenos de
mis besos, y eras mía, toda mía. Pude abarcar tus senos con mis manos, sentir
su suave consistencia, su calor y su textura, esa sensación de dulce carne
blanda y perfumada. Y pude rozar tus pezones con mis labios, y luego besarlos
succionarlo una y otra vez hasta sentir tus pequeños quejidos de placer. En
esos momentos nada existía sino tú, todo estaba en tu cuerpo que poseía, en tus
rincones y sus secretos, todo el universo estaba en tus tiernos susurros, en tu
piel que vivía esos roces hasta la penetración final, esa posesión intima,
absoluta, en esos instantes maravillosos en que fuimos uno. Estaba excitado,
muy excitado, demasiado quizás, porque ahora sí me dolía la imposibilidad.
Desde esa ultima noche, Diciembre, 2008.