Pour la comtesse
honteuse.
Me vas devorando a boca llena, ahogándote en
tu propia voracidad de medusa succionadora, entretejida en mis brazos de macho
niño que busca las oscuras ternuras incestuales negadas por los recatos
invencibles de tus antiguos sueños quebrados. Reclinada sobre mi pubis urgente que
arde en los ensalivados fuegos de la más tierna impudicia me disgregas en una
tibia arena preseminal. Me vas deshojando devorando desvistiendo destazando
deshaciendo a mano masturbadora, enviciada en la prevaricación y la alevosía,
en el frotamiento prepucial y el roce priápico, en la urdimbre de extravíos
carnales, en la epifanía bucal de tu boca colmada de mí. Dejas un hueco de
silencio devastador en la hondura del deseo, te arriesgas al peligro siempre
vigente de la rutina, de las repeticiones sin variantes, del hastío yacente
escondido en los pliegues de las sábanas. Luego me diluyes entre tus muslos, en
el hechizo vertical de tu sexo devorante, me sacias de restriegos de piel a
piel desbocadas, me sometes a tus ardores abriéndote en una empapada carnalidad
violácea, e inicias los fálicos rituales del desmembramiento y la flaccidez subyugada
a tus caprichos de hembra impaciente. Ya embrujado, escribes con tu lengua untuosa
los salmos lujuriosos del desvelo en mi cuerpo asediado por tus suspiros y tus
procaces incitaciones, así asumes los descaros y las desvergüenzas que nunca
dejaste escapar de tus inciertos pudores. Entonces me brindas en la copa de tu
vulva para hacer la vendimia de mi verga y me das los últimos respiros antes de
deshacerme en la vorágine deliciosamente pervertida del atardecer allá en lo
alto.