Penetración de “El despertar de la criada”, de Eduardo Sívori, óleo
sobre tela, 198 x 131 cm., en fragmentos del texto “Rodin: Gigante y Titán,
Apuntes estilísticos sobre la naturaleza del genio” (i), de Rodrigo, 2.157 palabras. O viceversa.
La mano se erige en prolongación
de la voluntad incitada del macho -el voyerista- excitadísimo. Con carne en la
carne modela la idea, surgida ésta de la observación transparente de desnudo
impúdico de la musa exhibida, de ese ser y su circunstancia. La sirvienta –desnuda– con su cuerpo
robusto, despeinada, las evidentes deformidades de su pie en primer plano,
dando vuelta una media, la mujer en el momento del despertar y a punto de
colocarse su uniforme de trabajo, el interior del cuarto contiene unos pocos
muebles: una mesita de luz de madera, la cama de hierro en la cual se sienta la
mujer (ii). Modela la mano en el miembro las emociones fantaseadas de la
mujer en quien fija la atención, una atención transgresora, desvergonzada,
indiscreta, fisgona, veraz, que busca lo auténtico lascivo y expuesto en la
apariencia: lo real. Embebido por el ansia de humedad, se instala en la
frontera donde lo erguido sólido endurecido se hace denso líquido y lo líquido
se impregna lo erecto, y ambos, por efecto de lo masturbatorio, en un mismo instante,
fundan lo erótico, el significado, la idea, la emoción: la eyaculación. La
figura parece surgir o ser capturada por la materia sexual -a la que debe la
existencia- religando el sentido del acto fornicador al origen seminal, incluso
del sexo: lo que nace de la imaginación, como pulsión, nunca acaba de tener
entidad individualizada, pues que se debe al cambio continuo y vano sería
capturar un momento que tiene principio y fin pero no sentido, pues al hacerlo disolveríamos
en ello lo que de pervertido tiene. La mórbida piel como soporte por su
delicadeza y sensualidad, se ablanda y relaja su tensión; endurece y tensa la
otra sensualidad. Su belleza obscena no sufrirá, pues es intrínseca a la forma,
mas sí variará su carga emotiva, tan ligada a la impresión significativa que ese
soporte llevan implícito. Por su parte en su pertinente desnudez, es capaz de
transmitir, al primer golpe de vista, todo el aroma del deseo; un aroma que
entra por los ojos y embriaga los sentidos desde la albura del tímido gesto; y
es esa albura, esa superficie de patinada piel, la que emite los efluvios
visuales que obran el prodigio: gesto puro y carnal, que como una olorosa
corola abierta impacta los sentidos. Donde en el albo cuerpo de la hembra todo
es suaves curvas y mullidas blanduras, en el del ser observante todo se vuelve
fibra tensionada y rigidez muscular; donde allí ingenuidad aquí delectación;
donde en el tierno ademán, sensual ensoñación, en el ademán ensimismado,
realismo onanista.
Le lever de la bonne, Eduardo
Sívori, 1887
(i) Rodin:
Gigante y Titán
Apuntes
estilísticos sobre la naturaleza del genio
Rodrigo
(Blog Consentido Propio)
El
Titán escultórico que hay en Rodin presupone lo que en él hay de Gigante. Sin
éste aquél no sería quien es. El Gigante que Rodin es le debe más a su carácter
de divino alfarero que al de picapedrero. Señor de la Tierra, utiliza la
arcilla, el yeso, con el mismo valor, con semejante eficacia, con que fuera
utilizada por Dios para su creación más compleja, la del ser humano. La mano se
erige, así, en prolongación de la voluntad creativa, del genio -el suyo-
originalísimo. Con barro modela la idea, surgida ésta de la observación
transparente del alma de las cosas, de los seres y su circunstancia.
Modela
la mano en el barro las emociones de los seres en quienes fija la atención, una
atención transgresora, desvergonzada, indiscreta, fisgona, veraz, que busca lo
auténtico contenido y ocultado en la apariencia: lo natural. El Gigante Rodin
prefiere el contacto directo con la materia moldeable; capaz de recrear el
pálpito de lo vivo en la arcilla; las yemas de sus dedos obedecen a su pasión,
una pasión que le brota a borbollones de las fuentes de lo inefable. No desdeña
el cincel ni la maza, mas prefiere la caricia. Su gigantismo no es ciclópeo,
sino posidónico: prefiere domeñar la tierra con el agua, y una vez domeñada
modelar en ella la obra que dicte su inspiración, antes que arrancar a golpes a
la piedra las figuras que celosa guarda en su informe seno. En este sentido es
menos Gigante (menos tortuosa y poderosamente Gigante) que Miguel Ángel (o que
Bernini), pero de aliento más oceánico: es su gigantismo profundo como el mar,
y, como éste, en constante movimiento. Señor de la Tierra, pues, que, embebido
por el ansia de humedad, se instala en la frontera donde lo sólido se hace
líquido y lo líquido se impregna de lo sólido, y ambos, por efecto del genio,
en un mismo ser, fundan lo etéreo, el
significado, la idea, la emoción: la obra de arte.
.....Escapa
el Gigante Rodin al mandato olímpico: se rebela contra el Zeus académico,
decidido a luchar contra el neoclasicismo anquilosado en Parnasos trasnochados,
fríos, estériles; dirige su mirada hacia atrás, más atrás aún, hacia el origen,
no del arte escultórico, sino de la misma emoción. Primero se topa con el genio
inmarcesible y ciclópeo de Michelangelo, para, de éste, rebotar más lejos aún,
veinte siglos atrás, hundiéndose en el nacimiento de lo clásico, para encontrar
allí la fuente original, el frescor de lo auténtico, en Fidias. Quiere, porque
lo siente vibrar en su pecho, conectar con aquel primer vínculo que hizo al ser
humano artista sofisticado, pero natural. El genio, sin ambages, capturando la
idea de la realidad y reproduciéndola con verismo, con emoción, con vitalidad.
Se reveló el Gigante que en él había cuando Rodin tomó contacto con el sublime aretino,
rebasados ya los treinta años, en su obligado viaje a Italia (obligado para
todo aspirante a artista). Allí, en la enormidad del libérrimo genio
reancentista, encontró Auguste su destino. A partir de él conectaría con el
ilustre genio ateniense que lo llevaría de la mano hasta el mismo origen del
acto creador: sé tú mismo, habla con tu propia voz. Rodin regresó de su viaje a
Italia (1877) ya convertido en Gigante, un Gigante al que le cabía el dudoso
honor de hacer la guerra a los dioses de su formación. Si coqueteó levemente
con el clasicismo fue para sobrepasarlo, para desprender de él la pátina de
idealismo que aún portaba para dejarlo desnudo, puro, sin prejuicios
idealizadores. Utilizó sus temas, mitológicos, alegóricos, pero para
refundarlos, refundirlos, despojando de ellos toda intención abstracta e ideal,
enfocando y centrándose en lo que tienen de modelos para recrear lo natural que
habita, sí, en la apariencia del ser humano, pero también en su interior.
.....Al
genio, al Gigante, al Titán, Rodin, le importaba menos el tema que la obra en
sí, menos la representación que la presentación. Su idea es la del que
trasfunde la mera apariencia para contemplar los objetos en profundidad. Y es
por eso que sus manos pasan una y otra vez sobre la arcilla húmeda hasta que
consigue dotar a la imagen creada de la profundidad que se hunde más allá de la
apariencia. Y es así cómo se explica la polémica que siempre rodeó sus obras, y
el rechazo que siempre cosechó de la oficialidad academicista. Pero el genio inquebrantable
no conoce fronteras ni límites ni sometimientos ni esclavitud, y se rebela, y
combate, y se empeña en proclamar, con su alta voz propia, y reclamar, con
exigencia y orgullo seguro de sí mismo, la parcela que le corresponde en el
ilimitado territorio de la creatividad.
.....Le
interesa al Gigante, al Titán, Rodin hablar del hombre y de la mujer en sus
obras, de sus circunstancias, de sus alegrías y temores, de su desesperación y
de su amor, de sus angustias y zozobras, y todo ello puesto en volumen, a veces
con la impresión de lo inacabado, apenas resaltado pero definido sabia y
sutilmente, o esbozado, o fragmentado, como el ser humano mismo se siente. A
algunas de sus figuras les falta la cabeza, o algún miembro, o su torso se
muestra, en la divina proporción, imperfectible y tosco, sólo para mostrar la
verdad del gesto que interesa; y así, el rostro que falta, las piernas
ausentes, los muñones de brazos alzados hacia la nada, cobran el sentido de su
ausencia por lo que sugieren al dibujarse, con trazo invisible, en el espacio.
Otras, la figura parece surgir o ser capturada por la materia informe -a la que
debe la existencia- religando el sentido del acto creador al origen, incluso
del universo: lo que nace de la nada, como idea, nunca acaba de tener entidad
individualizada, pues que se debe al cambio continuo y vano sería capturar un
instante que no tiene principio ni fin, pues al hacerlo mataríamos en ello lo
que de vital tiene. El Gigante Rodin persigue capturar la vida en sus obras,
portador prometeico (Titán, por tanto) del fuego divino, con sus manos de
gigante infunde en la forma el cálido aliento que hace que las cosas sean, y
sean como son.
.....Es
así cómo en Los Burgueses de Calais o en Balzac se encuentra Rodin con la
barrera del inmovilismo lapidario, de la tradición más conservadora presente en
códigos dignos del túmulo funerario, pero no de la corriente imparable del arte
(una corriente que parece hoy día -en pleno siglo XXI- haber llegado a su mar,
donde todo confluye y nada se destaca, donde todo se haya disuelto en un mismo
artístico seno). Concitar en la obra de arte no sólo una imagen, una figura,
sino el ser que late en ella, es la obra gigantesca emprendida por Rodin.
.....En
aquellos seis hombres que en la Guerra de los Cien Años salvaran a Calais de la
devastación anglosajona, probos varones que se encaminan hacia la inmolación
para salvar a sus congéneres, Rodin busca la soledad interior, huye del
panfleto, de la apología, del convencionalismo patriotero, para enfrentar a cada
hombre con su inevitable destino. Si es verdad -que lo es- que estamos solos
ante la muerte, Rodin quiere captarlo, y lo logra, y de esta forma privilegia y
rinde homenaje, no a una actitud noble, sino la misma esencia del ser humano.
Tenían razón los prohombres calaisiens del comisionado consistorio cuando
vieron en la obra del artista algo poco patriótico, poco distintivo, poco
local, pues lo que Rodin expresa en ella es algo universal, común a la especie,
si encarnada en cada uno de los personajes allí reconocibles: la individualidad
que no abjura de su unicidad, de su sustrato común: la humanidad. Cuando uno
contempla esta obra que no ofrece, de las muchas que tiene, una vista
preferible a otra, se ve a sí mismo, ve una faceta de quien uno mismo es, no ya
Eustache de Saint Pierre, Pierre de Wissant o Jean d'Aire. La comitiva de reos
no es ya un grupo homogéneo de ilustres, sino una heterogeneidad de
individualidades que se interpela sin esperar respuesta, o se desespera
escondiendo la cabeza entre los dedos sarmentosos, o dirige su mirada hacia el
espacio vacío (hacia su mismo vacío futuro) en busca de un asidero que no
encuentra. Todos ellos reflejos de un sólo y único, humano, prisma
.....En
Balzac ocurre otro tanto. No se limita el escultor a recrear una efigie al uso,
ni tan siquiera una que revele con agudeza rasgos psicológicos. Rodin ve la
obra en su integridad y no se para en mientes, realizando obras maestras de los
bocetos que lo irán aproximando a la expresión buscada. Una bata de baño se convierte
así en motivo de escándalo y de admiración; ahí está como un canto de alabanza
a la significación de lo aparentemente trivial: en esa sola bata enfundada en
el vacío hay toda una humanidad contenida. Posteriormente la bata se
transformará y pasará a ser impreciso sobretodo en el que se enfundará el
genial autor de La Comedia Humana, semejando un grueso tallo de narciso del que
asoma, capullo en trance de abrirse, el inconfundible cáliz florecido de su
prominente cabeza: ya no es el retrato de un escritor, es la captura del mismo
acto de crear que lo caracteriza, es Balzac en florecimiento perpetuo.
.....El
Pensador como paradigma de su impronta de Titán, El Beso como emblema de su
casta de Gigante. No son intercambiables, aunque así se haya hecho. Él pensó
sus obras en su contexto propio, y aunque ambas, las dos, surgieran al hilo de
su trabajo sobre Las Puertas del Infierno, bien supo desde un primer momento
que la escena que representa a los amantes Paolo y Francesca da Rimini, tal y
como él la concebía, pedía el mármol como soporte por su delicadeza y
sensualidad. En cambio el Dante, él mismo, el ser humano en general, que
representa el esfuerzo y la concentración reflexiva de la criatura pensante,
demandaban el bronce. Intercambiad los ámbitos, los soportes, las materias, que
les son propios, y habréis cambiado la carga significativa y emocional que
sugieren. Si Pensador de mármol, ablandaremos y relajaremos su tensión; si Beso
de bronce, endureceremos y tensaremos su sensualidad. Su belleza no sufrirá,
pues es intrínseca a la forma, mas sí variará su carga emotiva, tan ligada a la
impresión significativa que uno u otro soporte llevan implícitos.
.....
El Pensador, en su bronce originario, trasluce el maravilloso rigor que se
establece entre la diferencia cualitativa que supone el pensamiento en el reino
animal y la poderosa fisicidad que le es propia; como si el fuego necesario
para fundir y modelar la materia de que está hecho le comunicara parte de su
naturaleza ígnea, asimilando así la conciencia reflexiva a la llama del
conocimiento: materia sólida que arde desde su facultad para pensar. Por su
parte El Beso, en su pertinente mármol, es capaz de transmitir, al primer golpe
de vista, todo el aroma del amor; un aroma que entra por los ojos y embriaga los
sentidos desde la albura del enlazado gesto; y es esa albura, esa superficie de
patinada piel, la que, desde el abrazo desnudo en que se funden labio contra
labio el hombre y la mujer, emite los efluvios visuales que obran el prodigio:
gesto de mármol que como una olorosa corola abierta impacta los sentidos. Donde
en el albo cuerpo de los amantes todo es suaves curvas y delicados perfiles, en
el del ser pensante todo se vuelve fibra tensionada y atención muscular; donde
allí delectación, aquí concentración; donde en el tierno y compartido ademán,
sensual ensoñación, en el ademán ensimismado, realismo intelectual. Dos
realidades, dos actitudes, dos necesidades, dos naturalezas que alcanzan en la
expresión dada por Rodin la categoría de modelos que sintetizan las dos grandes
pasiones distintivas del ser humano: la de pensar y la de amar.
.....Gigante
y Titán. Tierra y fuego, arcilla o mármol y bronce, son medios de que se sirve
el genio creador, mas es la voluntad quien guía, quien elige, quien gobierna y
ejecuta. Si Gigante por su fecunda conexión con la tierra, Titán por lo
ardiente de su pasión creadora; desde la plataforma que ambos le ofrecen, Rodin
asalta, Olimpo academicista, el reino de lo inamovible, lo zarandea y hace
zozobrar, lo derriba y lo suplanta, en él se instala y permanece... hasta el
día de hoy. Enmienda así la mitológica tradicional derrota que Gigantes y Titanes
sufrieran a manos de los dioses (de la Academia). Y para culminar el retruécano
de la leyenda, ahí, en la obra de su vida, la que le llevara cuarenta años de
dedicación, se erige en privilegiado observador del Tártaro donde aquéllos, en
la versión oficial y canónica, fueran confinados. Tártaro de negro bronce donde
la debilidad de la humana condición se refleja, esa que le confiere, a la
postre, su capacidad para lo gigantesco y lo titánico. Se cierra el círculo.
7 de
Junio de 2014
(ii) Museo Nacional de Bellas
Artes, Buenos Aires, Argentina.