Ahora te quedás calladita, ahora
te hundes en un mutismo de esfinge o de caracola, vos pebeta mía, vos sos la
que me tiene ebrio de tu sombra silueta que no alcanzo porque te me disuelves
con el día, te me escapas por el laberinto de las horas, te me desapareces ante
mis labios húmedos, en mis propias mis manos de macho en celo. Quiero que
escuchés muy solita mi voz para romperte el deseo en el borde del abismo del
orgasmo, para desbaratar tu pudor como una ventolera que te lleva hasta el
borde del acantilado del goce, para traspasar tu piel en una posesión violenta
de rugidos y gritos, en una humillante violación consentida que te arrastre por
las escalinatas del templo como una virgen raptada, como una vestal rota desde
sus mismas entrañas. Quiero estar ahí cuando mi voz te pene-tre, te sacuda como
un sismo que te derrumba y fragmenta, como un parásito que se retuerce en ti
insaciable, ávido, brutal, como una lluvia caliente que te deje exhausta,
saciada, vacía y llena a la vez en medio del charco de tu sudor, de tu saliva,
de la densa miel de tu sexo, del semen derramado en tus pechos de hembra
vencida. Quiero ver sentir tu rosa escondida despetelada, roja de su rubor
secreto, rasgada en su invencible intimidad persistente, laxa, cansada y
gozada, justificada en su otoño inclemente, vertida sobre el lecho, abandonada
yaciendo en la obscenidad de la noche. Eso.
jueves, 24 de enero de 2013
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