De pronto un día sentí su
presencia avasalladora de mujer invencible, de fuerte carácter y siempre
vencedora, y me sentí pequeño ante su imagen de esfinge majestuosa, y me volteó
en un giro de invertido sentido dejando expuestas mis ancas de indefinido potro
femenino. Sentí su dedo hurgando dulcemente en mi virginal flor del sur,
después su lengua abusadora violando allí en mi capullo sensible y me entregué
asustado y ansioso a sus caricias equívocas. Sentí su punzante pubis de suaves
vellos ralos restregándose en mi cóccix de macho-hembra, montándome con la
fuerza dominante y tierna a la vez como una hembra-macho que posee más allá de
la carne, y me rendí a su potencia dominante, yo sumiso y débil violentado en
ternura y deseo por esa amazona imponente. Ella era la abeja reina y yo el
zángano deslumbrado perdido en los laberintos de los profundos instintos donde
el sexo es un juego maravilloso de estambres y pistilos y los géneros se cruzan
buscando la salida o la vertiente del goce y la entrega. Y tomó posesión de mí
y de mi secreto no como un mero juego de la carne ni como una perversa fantasía
si no como una intensa comunión que se vierte en los latidos de antiguos
instintos y en la sagrada redención del fin de una búsqueda. Y después fue
madre-amante y yo niño-hombre y fuimos en incestuoso pecado un solo ser fundido
en freudianas culminaciones, y entregó sus senos llenos y sus erguidos pezones
a mis manos hambrientas y a mis labios sedientos, y mi boca bebió de esas
frutas maduras como si recién acabara de abandonar el tibio y seguro útero
materno y caí en ese abismo trasgresor con los ojos cerrados acariciando para
siempre su largo pelo negro. En su regazo pecador sucumbieron las arduas y
antiguas tentaciones, en esos pechos hice la vendimia de todos los otoños
arrepentidos, en ese cuerpo maternal dormí como un sátiro inofensivo que ha
encontrado la piadosa matriz originaria. Fue en esa epifanía donde se abrieron
las cavernas del silencio y florecieron las dalias negras del nocturno velado,
bajo los ojos compasivos de la diosa madre ninfa se desataron las reprimidas
turbulencias con su oleaje liberado al fin de los días clausurados. Sentí
entonces que habíamos consumado el Amar más allá de la locura y las ansias,
atravesando en el goce compartido el prohibido muro del paraíso.
viernes, 5 de abril de 2013
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