viernes, 5 de abril de 2013

LA MADREAMANTE

De pronto un día sentí su presencia avasalladora de mujer invencible, de fuerte carácter y siempre vencedora, y me sentí pequeño ante su imagen de esfinge majestuosa, y me volteó en un giro de invertido sentido dejando expuestas mis ancas de indefinido potro femenino. Sentí su dedo hurgando dulcemente en mi virginal flor del sur, después su lengua abusadora violando allí en mi capullo sensible y me entregué asustado y ansioso a sus caricias equívocas. Sentí su punzante pubis de suaves vellos ralos restregándose en mi cóccix de macho-hembra, montándome con la fuerza dominante y tierna a la vez como una hembra-macho que posee más allá de la carne, y me rendí a su potencia dominante, yo sumiso y débil violentado en ternura y deseo por esa amazona imponente. Ella era la abeja reina y yo el zángano deslumbrado perdido en los laberintos de los profundos instintos donde el sexo es un juego maravilloso de estambres y pistilos y los géneros se cruzan buscando la salida o la vertiente del goce y la entrega. Y tomó posesión de mí y de mi secreto no como un mero juego de la carne ni como una perversa fantasía si no como una intensa comunión que se vierte en los latidos de antiguos instintos y en la sagrada redención del fin de una búsqueda. Y después fue madre-amante y yo niño-hombre y fuimos en incestuoso pecado un solo ser fundido en freudianas culminaciones, y entregó sus senos llenos y sus erguidos pezones a mis manos hambrientas y a mis labios sedientos, y mi boca bebió de esas frutas maduras como si recién acabara de abandonar el tibio y seguro útero materno y caí en ese abismo trasgresor con los ojos cerrados acariciando para siempre su largo pelo negro. En su regazo pecador sucumbieron las arduas y antiguas tentaciones, en esos pechos hice la vendimia de todos los otoños arrepentidos, en ese cuerpo maternal dormí como un sátiro inofensivo que ha encontrado la piadosa matriz originaria. Fue en esa epifanía donde se abrieron las cavernas del silencio y florecieron las dalias negras del nocturno velado, bajo los ojos compasivos de la diosa madre ninfa se desataron las reprimidas turbulencias con su oleaje liberado al fin de los días clausurados. Sentí entonces que habíamos consumado el Amar más allá de la locura y las ansias, atravesando en el goce compartido el prohibido muro del paraíso.

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