lunes, 15 de abril de 2013

TRIBUTO


Erecto ante la Mara semidesnuda, la verga sensible a mis vocaciones y sobajeos, goce de voyeur atrapado en esa boquita picuda, mamadora, sorbedora de lechadas y apretadora de glandes, enredado en esos dientes que han mordido príapos y esa lengüita que ha lamido vergas en deleites compartidos. Piel desnuda, suave, perfumada, amplia como un territorio de paraísos carnales donde florecen goces y delicadas perversiones. Hundiéndose en esos ojitos picarescos, coquetos, como achinaditos, que dicen en susurros voluptuosos un “venquetecomo” o un “mirameygozame”. Miro, observo, espío, voyereo, veo, contemplo esos pechos de erótica blandura, los percibo en un tacto imaginario como si los levantara, los sopesara, los balanceara y acariciara con mis manos edípicas, esos pezones de incitantes aureolas coronados por esos duritos garbanzos que llaman a chupar, succionar, mamar como macho/hijo a la hembra/madre en un tentador incesto pecador. Alcanzo a ver asomando bajo la piel de leoparda impúdica una breve línea de su entrepiernas, limite entre el muslo y el pubis, y ahí me quedo extasiado en esa tibieza. Su pulsera es un rosario de glandes multirraciales, no hay duda, Mara es una divinidad fálica.

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