Allí suntuosa y sensual detrás
del azogado cristal del espejo, madura madre esencial, diosa del rito prohibido
del incesto que saca los ojos pero estremece en su densa voluptuosidad sexual,
allí ella, húmeda y ardiente deidad de oscuras perversiones acecha con la
palidez edípica embebida en su piel otoñal, emboscada en un negro de tules y
plumas, entre rojos y verdes y un erguido falo blanco como aviso de lo que
buscan sus instintos de hembra-madre, a pies descalzos y senos semiocultos,
detrás del espejo, inalcanzable en su divinidad conjugada en delicioso
desparpajo, allí, vigilada por un candelabro de cinco velas y una misteriosa
jarra, entre grises y albos destellos, por los collares colgados y un antiguo
libro dormido, allí donde el silencio y la quietud rememoran un paisaje de
arenas donde le encantaba tirarse y dejarse arrastrar como una niña allá por
los medanos de Coro en su otra patria, donde se sentía flotar en una bella
sensación de alegre libertad como la impúdica sensualidad de su desnudo
escondido detrás del espejo, esa delicada perversidad de su exquisito
exhibicionismo especular, que me insta, invoca e instiga a cruzar el vidrio y
su reflejo con mi mano culpable y tocar acariciar rozar la luz de luna que se
desviste en su cuerpo en sazón y encopar sus pechos virginales, hurgar su vulva
impúber y dejar en sus rosados pezones la marca quemante de mi succión de hijo
pecador que busca las aguas espesas y cálidas y acogedoras del útero inicial,
del sitio donde convergen todas las travesías sexuales en sus errados senderos
de amor-sexo, de ilusión-pasión o de pervertidos cantos de sirenas prostibularias,
allí, atrapada o encarcelada en el azogue como una libélula imaginaria e
incitante, inserta en un ámbito de colores y cartapacios y frazadas y zapatos,
incubando el deseo de los ojos que la miran hambrientos de su imagen carnal, de
su lividez de asombro, de su lozanía increíble, de la belleza instaurada de
sagrada virgen del lupanar de los sueños obscenos, de lujuriosa estatua de
mármol lascivo, de furtiva meretriz babilónica y secreta bacante de los
depravados dioses incestuales, allí, como una silente y quieta sacerdotisa seminal
del templo de Ishtar, vestal impura de santuario perdido del culto fálico,
cristalizada en su densidad corporal de mantis no religiosa, soberana
imperturbable del reino de los machos inmaduros como potros extraviados, allí,
detrás del espejo, como una doncella im/pene/trable.
viernes, 5 de abril de 2013
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