lunes, 1 de abril de 2013

MARES SECRETOS

Vivía oculto en las espesura de otras mascaras, navegando en la ciénaga de su vergüenza entre los juncales del temor y del oprobio, escondido solitario en las sombras de su propia ignominia, nunca vio la luz de los soles de los días, soterrado, asustado, disfrazado de noble vizconde, con un rostro equivocado, incubando sus deseos y sus miedos en la telaraña de sus pequeñas perversiones. Los primeros vientos de sus adolescencia impura, su desbocada pulsión carnal, el culto solitario con la ceremonia continua y viciosa de adoración insaciable al dios Onán lo había arrastrado a misteriosos ritos fálicos, a extraños goces, siempre visuales, de lingams dispuestos a la batalla o vencidos en sus ardores. No era un Juno bifronte ni un Antinoo pervertido ni un dragqueen desatado, solo un secreto experimentador de voluptuosas sensaciones. En esos mares secretos navegaba por las noches de soledad y por las madrugadas ermitañas, temeroso del día público y de los caminos desviados, de los cantos de trabadas sirenas, y de no ser más de lo que era ni cruzar las fronteras del decoro. Macho incesante, buscaba en los hembrajes la virgen o la musa que encendiera con él los cirios y el incienso de sus furtivos ceremoniales o la dulce comprensión de clemente diosa maternal con quien abrirse como un capullo contenido y ser entonces lo que era y respirar el aire libertario a puerta abierta, a plena luz y con tierno desparpajo. Pero no había esa Mater unigeniti donde alcanzar una pausa o un descanso para su alma desesperada en los cloacales laberintos de su tenebrosa e impenetrable virilidad contaminada. Hasta que vino Ella, paloma siempre en vuelo cansado nacida en un día sin recuerdo en un bello paraje de montañas y ríos, y ella era la buscada, virgen otoñal vestida de ternuras, y vino llena de gracia adivinado o descifrando el secreto del fauno atrapado en sus voluptuosas fantasías, e inundó de abiertas aguas sinceras las palabras encubiertas, los gestos ambiguos, las transgresiones y los oscuros rincones. Y la amó como virgen y musa, sacerdotisa intocable y vestal sagrada, y ella abrió los ventanales y revolvió los cajones, y le tomó la mano para que él sintiera la complicidad incondicional de su Amar entero, y se abrió a él con el esplendor de una rosa del mismo color del delirio, y él se hundió entre sus pechos como un niño al fin liberado.

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