Vivía oculto en las espesura de otras mascaras,
navegando en la ciénaga de su vergüenza entre los juncales del temor y del
oprobio, escondido solitario en las sombras de su propia ignominia, nunca vio
la luz de los soles de los días, soterrado, asustado, disfrazado de noble
vizconde, con un rostro equivocado, incubando sus deseos y sus miedos en la
telaraña de sus pequeñas perversiones. Los primeros vientos de sus adolescencia
impura, su desbocada pulsión carnal, el culto solitario con la ceremonia
continua y viciosa de adoración insaciable al dios Onán lo había arrastrado a
misteriosos ritos fálicos, a extraños goces, siempre visuales, de lingams
dispuestos a la batalla o vencidos en sus ardores. No era un Juno bifronte ni
un Antinoo pervertido ni un dragqueen desatado, solo un secreto experimentador
de voluptuosas sensaciones. En esos mares secretos navegaba por las noches de
soledad y por las madrugadas ermitañas, temeroso del día público y de los
caminos desviados, de los cantos de trabadas sirenas, y de no ser más de lo que
era ni cruzar las fronteras del decoro. Macho incesante, buscaba en los
hembrajes la virgen o la musa que encendiera con él los cirios y el incienso de
sus furtivos ceremoniales o la dulce comprensión de clemente diosa maternal con
quien abrirse como un capullo contenido y ser entonces lo que era y respirar el
aire libertario a puerta abierta, a plena luz y con tierno desparpajo. Pero no
había esa Mater unigeniti donde alcanzar
una pausa o un descanso para su alma desesperada en los cloacales laberintos de
su tenebrosa e impenetrable virilidad contaminada. Hasta que vino Ella, paloma siempre
en vuelo cansado nacida en un día sin recuerdo en un bello paraje de montañas y
ríos, y ella era la buscada, virgen otoñal vestida de ternuras, y vino llena de
gracia adivinado o descifrando el secreto del fauno atrapado en sus voluptuosas
fantasías, e inundó de abiertas aguas sinceras las palabras encubiertas, los
gestos ambiguos, las transgresiones y los oscuros rincones. Y la amó como
virgen y musa, sacerdotisa intocable y vestal sagrada, y ella abrió los
ventanales y revolvió los cajones, y le tomó la mano para que él sintiera la
complicidad incondicional de su Amar entero, y se abrió a él con el esplendor
de una rosa del mismo color del delirio, y él se hundió entre sus pechos como
un niño al fin liberado.
lunes, 1 de abril de 2013
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