Estaba semidormido cuando llegaste inmersa en
los misterios de la metafísica, vestida con la inmarcesibilidad de que hay algo
detrás del todo que aun no conocemos, vagando por los cielos brumosos del ser,
genio y figura. Mientras te desvestías te espié con los ojos entrecerrados disfrutando
tu madura desnudez, calida, tranquila, voluptuosa en su clara ingenuidad.
Dormirías sola, atrapada entre mis acechos de fauno soliviantado y las ternuras
de mis manos pervertidas en la caricia de tu piel. Te deslizaste dulcemente
entre las sabanas ya entibiadas por los ardores de mis deseos en espera. El
pijama algo pudoroso intentaba poner limites inútiles a las vehemencias del
sátiro embaucado, pero mis manos conocían los resquicios que permitían alcanzar
tu cuerpo con la solemnidad del amante intranquilo y se fueron por esos rumbos
inmóviles explorando, mientras te hacías la dormida, los senderos entibiados
que llevaban a los puertos desde donde los barcos de tus sueños zarpan en busca
de los caladeros de tus deseos. Y más. Ya avanzada la noche vi a lo lejos el
velamen de tu nave embancada en las arenas del insomnio, encallada en el calor
de tu cuerpo a trasmano del invierno e icé el gallardete tremolante de cercanía
buscando la singladura que me llevara a tu bajío para allí, en mar, rocas y
arenas consumara el juntos solos de las navegaciones equivocadas por los faros
de los tiempos perdidos. Lo mágico está en la trama de mis besos lamidos que
baja desde tu boca mordida como una vertiente termal hacía los cauces de tu
cuerpo estremeciendo hasta la densidad de su poros, como un caracol encendido
insinuando la caricia entre la ropa y la piel, escurriendo en húmedas
sinuosidades, vaho, aliento, saliva, que te roza en tus palpitantes intimidades.
martes, 16 de julio de 2013
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