Anoche te soñé, fue un sueño estático, de
una quietud abrumadora, casi como una
pesadilla pero con un goce continuo a lo largo de la noche, me soñé inmóvil,
crucificado en la pared de la cabecera de tu lecho, como el Cristo de Dalí, con
mi cabeza inclinada hacía abajo, mis ojos congelados fijos en tu escote, veía
la pálida y suave piel de tus pechos, veía como subían y bajaban en tu
tranquila respiración, tú dormía, quizás soñándome, y yo ahí clavado,
paralizado, sin poder tocar, acaricias, encopar esos senos mullidos, deliciosos
pero para mí intocables, no era un sueño erótico pues no me excitaba si no me
imaginaba allí con mi nariz hundida en el tibio canalillo de tu entresenos,
oliendo tu perfume, rozando esa tersura cálida como si fuera un bebé que recién
nacía a los pecaminosos deseos edípicos. Pero el sueño divergía, y mientras
seguía ahí clavado en martirio me deslicé a tu lado calladito, sigiloso, y estuve
toda la noche masajeando tu cuerpo por todos lados, incluso aquellos vedados a
los otros mortales, sabiendo que si el alguien me sorprendía in fraganti le diría
que solo soy un sueño tuyo, que no existo, que soy como el vaho de los espejos,
o las marcas de los caracoles en los muros, o como los círculos concéntricos
que hacen las gotas de lluvia en los charcos, nada que le importe ni le afecte,
esperando que se lo crea, y vos te haciéndote la dormida para que no te delate
el rubor en tus mejillas. Asumo que mis sobajeos, caricias, toqueteos, mimos,
manoseos, roces, tactos y palpaciones que te hice anoche toda la noche te fueron
relajando en un éxtasis que para mí fue una delicia, porque me di cuenta que
por momentos te hiciste la dormida, lo que desde mi traidora timidez te
agradezco infinitamente. Espero que no hayan quedado vestigios de mis goces
nocturnos en las sabanas del arrepentimiento, traté de evitarlo pero vos sabés,
las grandes pasiones deben ser irracionales. A mi lo que más me gustó fue
cuando estabas boca abajo deslizar mi mano por la parte interior de tus muslos,
ah! no hay suavidad más divina que esa, rozar lenta y suavemente esa piel
oculta, desde arriba de las rodillas hasta ese vértice tibio y sagrado, llegar
justo hasta sentir el roce delicado de los vellos y volver bajando hasta las
rodillas, una y otra vez, como un vicio insaciable o una maldita obsesión. Creo
que así debe ser el Paraíso. Lo demás no te lo cuento, por pudor y para no
avergonzarte, y así te quedés pensando que solo fue un hermoso sueño. Eso.
viernes, 5 de julio de 2013
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