viernes, 5 de julio de 2013

EN SOÑACIÓN

Anoche te soñé, fue un sueño estático, de una  quietud abrumadora, casi como una pesadilla pero con un goce continuo a lo largo de la noche, me soñé inmóvil, crucificado en la pared de la cabecera de tu lecho, como el Cristo de Dalí, con mi cabeza inclinada hacía abajo, mis ojos congelados fijos en tu escote, veía la pálida y suave piel de tus pechos, veía como subían y bajaban en tu tranquila respiración, tú dormía, quizás soñándome, y yo ahí clavado, paralizado, sin poder tocar, acaricias, encopar esos senos mullidos, deliciosos pero para mí intocables, no era un sueño erótico pues no me excitaba si no me imaginaba allí con mi nariz hundida en el tibio canalillo de tu entresenos, oliendo tu perfume, rozando esa tersura cálida como si fuera un bebé que recién nacía a los pecaminosos deseos edípicos. Pero el sueño divergía, y mientras seguía ahí clavado en martirio me deslicé a tu lado calladito, sigiloso, y estuve toda la noche masajeando tu cuerpo por todos lados, incluso aquellos vedados a los otros mortales, sabiendo que si el alguien me sorprendía in fraganti le diría que solo soy un sueño tuyo, que no existo, que soy como el vaho de los espejos, o las marcas de los caracoles en los muros, o como los círculos concéntricos que hacen las gotas de lluvia en los charcos, nada que le importe ni le afecte, esperando que se lo crea, y vos te haciéndote la dormida para que no te delate el rubor en tus mejillas. Asumo que mis sobajeos, caricias, toqueteos, mimos, manoseos, roces, tactos y palpaciones que te hice anoche toda la noche te fueron relajando en un éxtasis que para mí fue una delicia, porque me di cuenta que por momentos te hiciste la dormida, lo que desde mi traidora timidez te agradezco infinitamente. Espero que no hayan quedado vestigios de mis goces nocturnos en las sabanas del arrepentimiento, traté de evitarlo pero vos sabés, las grandes pasiones deben ser irracionales. A mi lo que más me gustó fue cuando estabas boca abajo deslizar mi mano por la parte interior de tus muslos, ah! no hay suavidad más divina que esa, rozar lenta y suavemente esa piel oculta, desde arriba de las rodillas hasta ese vértice tibio y sagrado, llegar justo hasta sentir el roce delicado de los vellos y volver bajando hasta las rodillas, una y otra vez, como un vicio insaciable o una maldita obsesión. Creo que así debe ser el Paraíso. Lo demás no te lo cuento, por pudor y para no avergonzarte, y así te quedés pensando que solo fue un hermoso sueño. Eso.

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