Sentí que te hacías la dormida por ciertos
pequeños movimientos, algunos quejiditos quedos, suspiros contenidos, tus manos
que buscaban como no queriendo, tus labios que de alguna manera muy sutil
respondían a mis besos, tus piernotas que invitaban deslizándose levemente con
sensualidad reprimida, y nos acurrucamos calladitos haciendo como que no somos
para que los otros no nos sientan ni nos vean ni nos escuchen y nos comenzamos
a besar desde ahorita mismo cruzando la tarde el crepúsculo la noche boca en
boca lamiéndonos hasta los tuétanos ebrios de salivas ahogados de alientos
quemantes mano en piel acariciándonos como posesos trabados urgidos
desesperados untados en dulces sudores abusándonos manoseándonos sin
escondernos de nadie con desparpajos hirientes a ojos vistas pero encerrados en
la voraz burbuja del deseo sin amparo ni solución de continuidad como perros
callejeros babeando incrustados en un sexo animal que se vierte hirviendo como
un caldero que ha estado demasiado tiempo sobre las brasas y derrama las
pulsiones, las fantasías, los instintos en blanco y negro, la comezón en el
hueso sacro, la sensación de otra piel en la yema de los dedos, los labios
adormecidos por los mordiscos, las palpitaciones en el pubis que se cimbran en
el borde del dolor, el restriego de los cuerpos ciegos en sus lúbricas luces
secretas, las frotaciones de las piernas en la trabazón de la búsqueda del
acople final hasta morirnos de hambre encerrados días y días comiéndonos el uno al otro en una antropofagia
salvaje, diurna y nocturna, bebiéndonos a puros lamidos y succiones en una
penumbra continua e irracional, como caracoles en primavera, como perros de la
calle, como lombrices desesperadas escondidas del sol y de la luna, como dos náufragos
felices que esperan que nunca los rescaten.
lunes, 29 de julio de 2013
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