Hurgo en mis deseos buscando el
perdón que me pides, y encuentro tu cuerpo desnudo, tu piel desatada, tus
pechos amplios, llenos, mullidos coronados por deliciosos pezones, cumbres
erguidas en su excitación edípica, encuentro tu pubis anhelado, huelo su
olorosa selva enmarañada, siento la humedad sexual de tu vulva como el relente
de orquídeas abiertas, tus muslos, tus piernas, tus pies, incrustados en mis
manos con su tibia suavidad de mármol intacto, virginal, encuentro tus nalgas,
incitantes ancas de potranca en celo exhibiéndose al oscuro potro del sexo
salvaje en medio de la grama verde y fresca del campo de los instintos. Busco
el perdón de ti y veo tu risa coqueta, tus ojos alegres, tus manos en tu cuerpo
marcando los lugares de mis ansias, los sitios precisos donde mis labios debían
besar con fuego y mi lengua lamer con desesperación, esos rincones donde mis
manos debían acariciar, rozar, recorrer, presionar, hasta encontrar tus
quejidos, tus gritos, tus desesperaciones orgásmicas y tu silencio de templo saciado.
Indago por las mariposas del perdón que disuelvan tus soberbias de hembra
intocable, tus orgullos de mujer inaccesible, tus incomprensiones o desaires al
macho insistente, y solo está tu cuerpo desnudo sobre el lecho del pecado no
consumado, velado por las obsesiones de poseerte en la plenitud lúbrica de
todas las fantasías, de todas las perversiones, de la voluptuosidad que
despierta la vorágine de verte entregada, rendida, dilatada. Hurgo, busco,
indago por las semillas dormidas del perdón que te devuelva a mis desenfrenos y
a mis depravaciones, que te libere de la herida de la ausencia, que restituya
las imágenes impúdicas de tu sexualidad que amanecían derramadas en mis mañanas
y me arrastraban a los sagrados onanismos del rito incontenible de mi deseo de
ti.
lunes, 30 de septiembre de 2013
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