Desnudo sobre mi cama comienzo a
rozarme poco a poco hasta despertar al demonio que me acecha agazapado allá en
el cenagal de mis instintos. Entonces inicio la obligada ceremonia en su honor
y dos de mis dedos comienzan a suavemente, pero con firmeza, a subir y bajar la
suave piel del engendro. Se torna cada vez más sensible, por los que induce en
mi cuerpo movimientos involuntarios y mi respiración es cada vez mas agitada.
Lo tomo con toda la mano como aferrando la empuñadura de la espada que me
llevará a la victoria. Cierro los ojos. En ocasiones, doy pequeños gritos de
placer. El movimiento fuerte de mi mano mientras me froto se vuelve algo
imposible de detener. Quiero mas, deseo mas, detenerme ya no es una opción. Mi
mente se nubla, el placer se apodera de mi, mi piel se eriza indicándome que la
culminación del ceremonial esta próximo a llegar. Mi respiración se agita, se
convierte en gemidos, en hondos suspiros y es entonces cuando mis entrañas no
aguantan más el celibato y la estimulación, y se libera con un estremecedor
espasmo una caliente, espesa, húmeda, densa, perlada y lechosa ofrenda al
demiurgo incitador. Siento escurrir la liquida ofrenda sobre mi piel. Paso unos
segundos en un relajado éxtasis, simplemente respirando y descansando. Una vez
terminado el culto a la viciosa divinidad, me siento desahogado en la cama
húmeda por el sudor, con una gran sensación de liberación y satisfacción.
Elimino las pegajosas huellas del íntimo rito, y me dispongo a recuperar
fuerzas para poder ejecutarlo otra vez. Alcanzo a oír dentro de mí al acuciante
demonio riendo y chapoteando feliz en el negro fango de mis instintos.
domingo, 2 de diciembre de 2012
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