viernes, 15 de mayo de 2015

ERA


Era tu tenue y delicada sexualidad embebida de tus ternuras, esa cualidad etérea de tu sexo sutilmente ambiguo como una tenue virginidad imposible de desflorar. Era quizá tu soledad de niña leyendo los trópicos clandestinos, imaginando y sintiendo, viviendo otras vidas ya escritas y consumadas, deletreando los iniciales códigos del placer. Era tu esencia distante, velada, tu secuencia tímida, oculta bajo la enagua (tuto) muro barrera pudor, que no dejaba espacios entre tu cuerpo y el mío, trabados en un nudo irreverente donde convergían todas las delicias. Era tu pequeña lujuria apenas expresada en las tiernas caricias de tus manos angelicales, brisa roce pluma, esa suavidad ilimitada y tenue como un perfume que no termina de evaporarse. Era en la penumbra el pálido fulgor de tu piel, su levedad de herida subterránea, ese dulce dolor parecido a una nostalgia sin origen ni sentido que nos sorprende una noche cualquiera y nos sumerge en las honduras del insomnio. Era tu fragilidad de mujer de retrato al óleo, en serenísima quietud a contraluz como mirando llover en un parque detrás de un alto ventanal. Era tu intensa feminidad que cruza las turbulencias de la sangre en la euforia del deseo, plácida, apacible, habitada de un estremecedor silencio voluptuoso. No era la mera copulación y el lúdico onanismo, ni la succionante oralidad ni la punzante anomalía, era la compenetración que invade socava irrumpe y anega todos y cada uno de los pliegues e intersticios, no del mísero cuerpo perecedero sino de la eternidad sublime del alma enviciada.

Imago: “Space Between Two People Having Sex”. Asta Gröting, 2008. Silicon.


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