Era tu tenue y
delicada sexualidad embebida de tus ternuras, esa cualidad etérea de tu sexo
sutilmente ambiguo como una tenue virginidad imposible de desflorar. Era quizá
tu soledad de niña leyendo los trópicos clandestinos, imaginando y sintiendo,
viviendo otras vidas ya escritas y consumadas, deletreando los iniciales códigos
del placer. Era tu esencia distante, velada, tu secuencia tímida, oculta bajo
la enagua (tuto) muro barrera pudor,
que no dejaba espacios entre tu cuerpo y el mío, trabados en un nudo
irreverente donde convergían todas las delicias. Era tu pequeña lujuria apenas
expresada en las tiernas caricias de tus manos angelicales, brisa roce pluma, esa
suavidad ilimitada y tenue como un perfume que no termina de evaporarse. Era en
la penumbra el pálido fulgor de tu piel, su levedad de herida subterránea, ese dulce
dolor parecido a una nostalgia sin origen ni sentido que nos sorprende una
noche cualquiera y nos sumerge en las honduras del insomnio. Era tu fragilidad
de mujer de retrato al óleo, en serenísima quietud a contraluz como mirando
llover en un parque detrás de un alto ventanal. Era tu intensa feminidad que
cruza las turbulencias de la sangre en la euforia del deseo, plácida, apacible,
habitada de un estremecedor silencio voluptuoso. No era la mera copulación y el
lúdico onanismo, ni la succionante oralidad ni la punzante anomalía, era la
compenetración que invade socava irrumpe y anega todos y cada uno de los
pliegues e intersticios, no del mísero cuerpo perecedero sino de la eternidad
sublime del alma enviciada.
Imago: “Space Between Two People Having Sex”. Asta Gröting, 2008. Silicon.
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