jueves, 7 de marzo de 2013

SIN FUGA POSIBLE

Cree ilusa que podrá escapar de esas garras virulentas, contaminadas y obscenas sin saber que el monstruo está más allá de su realidad concreta, que anida como un virus malsano en las oquedades vacías de su piel de hembra voluptuosa, en las grietas tibias donde su cuerpo confluye en deseos impúdicos, fantasías inconsumadas, soñaciones atrevidas en el cuenco ardiente de las sabanas y el sudor libidinoso que se extiende feroz hasta la madrugada y no se sacia con el día ni con las rutinas obligadas ni con la mente en otras cosas porque la vertiente carnal fluye incontrolable en inconsciente buscando el fuego que la quema y nunca se consume. Supone que hay olvido o distancia o ausencia pero sigue sintiendo esas manos acariciando con procacidad insaciable los rincones de su intimidad más secreta, percibe que el monstruo la espía en su desnudez del agua escurriendo, en la soledad de su cuarto cuando se viste o desviste, la mira escondido en cada espejo tentado por las aberraciones del voyerismo, consumido en múltiples masturbaciones impenitentes, derramando sobre sus pechos o su pubis la densa miel del vicio onanista. Se cree liberada del fantasma desvergonzado que la acosa aunque en ciertos momentos del entresueños se duele/goza de cada edípico mordisco en sus pezones sensibles y se entrega, hembra poseída, al pecado de la infidelidad desatada buscando revolcarse en ese cieno sórdido e inconfesable donde hierve un brebaje ancestral de salivas y sudores, de semen aun caliente, de orinas y tibios fluidos vaginales que justifican la miseria de una vida quieta que ha desgastado y roído los años solamente soleados. Conjetura que todo es ya sucedido, que la memoria ha tragado las sucias pasiones y las descaradas apetencias del lujurioso habitante de sus noches con sus altas hogueras, sin embargo siguen unas manos amasando sus pechos, unos dedos escarbando su sexo, unos labios succionando sus pezones, un aliento abrasador quemando sus ultimas resistencias, un duro miembro viril intentando el abuso y la desfloración, la deshonra y la profanación, en fin, la esperada violación. Asume con ingenuidad virginal que el demonio insensato y pervertido está lejos, ausente, desaparecido, no obstante su boca se entreabre esperando esa lengua depravada que la envilezca dulcemente dejando su huella húmeda en los femeninos territorios de su cuerpo ya seducido, que como una caldeada baba de caracol baje por su cuello, sus senos, su vientre, su pubis, hasta solazarse en su vulva anhelante y la penetre hurgando con sagradas desesperaciones como premonición de la sublime penetración fálica de la consumación final. Todo eso ella cree, como siempre equivocada.

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