Cree ilusa que podrá escapar de
esas garras virulentas, contaminadas y obscenas sin saber que el monstruo está
más allá de su realidad concreta, que anida como un virus malsano en las
oquedades vacías de su piel de hembra voluptuosa, en las grietas tibias donde
su cuerpo confluye en deseos impúdicos, fantasías inconsumadas, soñaciones
atrevidas en el cuenco ardiente de las sabanas y el sudor libidinoso que se
extiende feroz hasta la madrugada y no se sacia con el día ni con las rutinas
obligadas ni con la mente en otras cosas porque la vertiente carnal fluye
incontrolable en inconsciente buscando el fuego que la quema y nunca se
consume. Supone que hay olvido o distancia o ausencia pero sigue sintiendo esas
manos acariciando con procacidad insaciable los rincones de su intimidad más secreta,
percibe que el monstruo la espía en su desnudez del agua escurriendo, en la
soledad de su cuarto cuando se viste o desviste, la mira escondido en cada
espejo tentado por las aberraciones del voyerismo, consumido en múltiples
masturbaciones impenitentes, derramando sobre sus pechos o su pubis la densa
miel del vicio onanista. Se cree liberada del fantasma desvergonzado que la
acosa aunque en ciertos momentos del entresueños se duele/goza de cada edípico
mordisco en sus pezones sensibles y se entrega, hembra poseída, al pecado de la
infidelidad desatada buscando revolcarse en ese cieno sórdido e inconfesable
donde hierve un brebaje ancestral de salivas y sudores, de semen aun caliente,
de orinas y tibios fluidos vaginales que justifican la miseria de una vida
quieta que ha desgastado y roído los años solamente soleados. Conjetura que
todo es ya sucedido, que la memoria ha tragado las sucias pasiones y las
descaradas apetencias del lujurioso habitante de sus noches con sus altas hogueras,
sin embargo siguen unas manos amasando sus pechos, unos dedos escarbando su
sexo, unos labios succionando sus pezones, un aliento abrasador quemando sus
ultimas resistencias, un duro miembro viril intentando el abuso y la desfloración,
la deshonra y la profanación, en fin, la esperada violación. Asume con
ingenuidad virginal que el demonio insensato y pervertido está lejos, ausente,
desaparecido, no obstante su boca se entreabre esperando esa lengua depravada
que la envilezca dulcemente dejando su huella húmeda en los femeninos
territorios de su cuerpo ya seducido, que como una caldeada baba de caracol baje
por su cuello, sus senos, su vientre, su pubis, hasta solazarse en su vulva
anhelante y la penetre hurgando con sagradas desesperaciones como premonición
de la sublime penetración fálica de la consumación final. Todo eso ella cree,
como siempre equivocada.
jueves, 7 de marzo de 2013
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario