“Pero no quieres amarme, los espejos
están sin luz, sin responder”. Κασσάνδρα
(Una voz acusa un desamparo, —Tú me hiciste
a tu manera y ahora me quieres tirar al olvido…). Sé que me encuentras en todos
los espejos, aunque te escabullas y me niegues, aunque evites tu reflejo o
cierres tus ojos, igual ahí están mis ojos espiándote, al acecho demencial del
fauno que se enreda en tu negro pelo, que se escurre como larga y lenta caricia
por las tibias comarcas de tu piel, que te posee integra en la cópula
incandescente de sus sueños. Sé que lo sabes y que lo sientes en tu piel
desnuda, en los más íntimos pliegues de tu cuerpo, en la densidad voluptuosa de
tus poros y en la profunda humedad de tu sexo. Otra vez atrapado entre tus senos, anegado en tu vulva, ardiendo de erectos deseos de tu cuerpo con el ardor incrustado en tu piel... otra vez. Siempre ahí, en los espejos que te
miran con intensos deseos mientras te duchas, te peinas, te miras a ti misma en
el azogue voyerista y te sientes observada desde lo más oscuro de mis
instintos. Y seguiré permaneciendo en ese lecho tuyo donde nos sueñas amándonos
con salvajes lujurias y tiernos mimos, entre esos femeninos cojines y ese
triángulo que apunta al paraíso soñado. Y en el vidrio de la ventana que da al
mundo ajeno a nosotros el paisaje nevado nos espía, y derretimos las nieves de
tu gélido invierno de 12° F con los ardores de este tórrido verano de 30° C. Es
tu voz que enciende los maleficios de la esquiva lascivia que florece impúdica
entre tus piernas, que palpita entre tus pechos, que se eleva desde la puntita
de tus pezones, que yergue mi virilidad y la endurece a tu lasciva voluntad de
hembra exuberante que espera ser poseída hasta el grito. (Otra voz niega el
pecado, —Tú entraste en un silencio que yo no entendía, desapareciste, pero
como siempre te esperé pacientemente, hasta este hermoso e intenso reencuentro…).
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