El deseo no es
lo que ves, sino aquello que imaginas. P. Coelho
Sueño tocarte, y ha de ser quizá mi última
obsesión, porque allá en el sur lejos había un río que para mí tenía tu nombre
y era otro río de bosques de ulmos florecidos en sus reflejos y rápidos róbalos
y plateados pejerreyes que deletreaban tu nombre en sus lentas aguas
incesantes. De hecho me fui a dormir y a soñarte a la luz parpadeante de una
vela, en su íntima penumbra y su caricia, a soñarme naufragando ebrio en tus
íntimos y húmedos territorios, y dormí entre ti abrumado de tus aromas y tus
sabores de dulce fruta madura. Como allá donde ti ya es noche cuando acá donde
mí aun atardece, inicié mis persecuciones de lujurioso perseguidor apenas cerraste
tus ojos y dejaste tu recatada realidad para sumergirte en la plenitud de tus deseos
pendientes o inconclusos, y yo pescador nocturno deslicé mi mano ardiendo entre
tus muslos desde tus rodillas muy juntas hasta el vórtice donde palpita la húmeda
rosa escindida, dejé que mis labios hicieran cumbre en tus pechos y con edípica
voracidad calmé mi sed de ti en las sensibles alturas de tus pezones, y entrecrucé
mis piernas con las tuyas atrapándote en la sexual trabazón de carnes
incendiadas para dejarnos disolver gota a gota en el caudal de las lujurias de
las cópulas incestuosas que hemos soñado con pervertidos detalles cada uno en su
lecho vacío. Sueño rendirte solo con la intensidad del deseo que brota de tus
propias entrañas y te desborda el insomnio en la ardorosa oscuridad mientras
tus manos afanan impuros delirios sobre tu sofocado cuerpo anhelante.
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