«Je tolère
heureusement bien la chaleur » La Comtesse.
La serena claridad que se refleja en las blancas
paredes llenas de luz mañanera, el atrapasueños cargado de tus sueños secretos,
el edredón de pálidas y tenues florcitas, los nítidos colores que exaltan lo
erótico, el oscuro rojo intenso de la mullida toalla, una tela verde claro,
maderas y flores y frascos, la puerta del baño entreabierta, adentro el espejo,
acá el negro sillón vibratorio, quietos objetos que rodean inmóviles la palidez
de tus piel en su inquietante desnudez. La mórbida largura de tus piernas se
inicia en la mata oscura de tus vellos púbicos, sigue por el voluptuoso surco
cerrado que las separa, y remata allá en medio camino al horizonte en los
sensuales rubíes de la uñas pintadas de tus pies. Tus muslos, tus rodillas, la
curva deliciosa de la pantorrilla, los pies cruzados, los contornos nítidos del
triángulo carnal que forman como una marmórea escultura inconclusa. Las
manchitas lunares esparcidas en la carne trémula, la excitación y la lujuria, el
recuerdo de las manos sobando con sexual ternura tus turgencias y los labios
allí donde las bocas hambrientas de ensalivados besos culminaron el largo acecho,
el aroma de la champa de pelitos que persevera en la memoria olfativa y los
sabores que esconde que persisten indelebles en los íntimos resquicios de los
goces vividos en ti. Pero todo, los ojos, el deseo, las ansias, la excitación,
converge confluye desemboca en ese tríptico lascivo, en el borde inferior de
las imágenes, en el primer plano cercano, donde asoma tímida e impúdica la mata
incitante de tus ricos pendejitos. Agradecido.
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