sábado, 14 de julio de 2012

CEREMONIA INICIAL

La turgencia, la suavidad del roce de la yema de un dedo que dibuja el carnal jeroglífico del silencio en la piel estremecida. Impudicias de los susurros que incitan o juegan. Voluptuosidades, incandescencias. La sensualidad vertida en las salivas, los sudores, los licores del íntimo rito de la seducción, de la rendición y de la entrega. El apareamiento de los inmortales en el lecho húmedo donde el entero universo desaparece arrastrado por las turbulencias de dos cuerpos ahítos de sensaciones y búsquedas. Cópula, jugos derramados sobre, entre, dentro de la delicada carne florecida y abierta. Exploraciones sobre el mapa impúdico de los pliegues, los rincones, la intimidad dilatada de un cuerpo que yace vertido en la vendimia del placer. El atisbo del paraíso penetrable desde la tibia fisura y dulce salada simiente. La compenetración de dos seres que buscándose se encuentran. Méntula, capullo de rosa roja endurecida. Matriz, labios de beso vertical, rosada roja orquídea. Olores, fluidos, botón de nardo y nardo florecido, unión más allá del mero tacto penetrante. Mástil y surco trabados en quejidos, en contorsiones, en los entreveros sagrados. Lingam y yoni. Falo y venusta. Tronco y gruta. Oscura hondura horizontal y alta roca vertical de geologías ancestrales, de ceremonias espérmicas, de comuniones herméticas donde estallan estambres y pistilos en secretas desfloraciones. En la penumbra perfumada acecha ahora un solo ser, octópodo indescifrable, un libidinoso insecto genital, que se cava, se encaja, se autofecunda son sus densos brebajes en una hermafrodita y onanista concepción. Se unge de fluidos compartidos, de los mágicos sabores de esa eternidad destellante, miel y néctar, pócima y elixir, intrusión y desagarro. Nudo, retorcidas continuidades en la jungla de los instintos desatados, certidumbres venéreas en la consagración de una florida primavera. Se abunda en estímulos mutuos, en insinuantes ternuras, en infantiles tácticas dilatorias. Frotamientos. Ritmos acoplados, pulsaciones, respiraciones que arden, queman los inciensos de los templos arrasados. Rubores y dilataciones ante el rígido erguimiento del pequeño dios enrojecido. Y entonces acuden los delirios por el borde de la caricia furtiva, en la orilla del suicidio convenido en busca de filo del abismo de la placidez de un insomnio premeditado ante la suspensión de la sucesión del  tiempo. Y luego las contorsiones y los entrelazamientos, desesperaciones, mordeduras y torpes manipulaciones, el éxtasis de la consumación, la exquisita saciedad, el dulce letargo de un largo relajamiento como un agua escurriendo por un túnel infinito. Se decodifican al fin los símbolos tutelares que niegan la muerte.


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