Como siempre tranquilo,
solitario, sin el tráfago del día, anoche te busqué en mi sueño y no estabas,
no había indicios de ti, navegué solo en mi barco por las islas de los deseos
besándote en los archipiélagos del mediodía. Porque te voy a besar hasta el
cansancio, mas allá del vicio y la adicción, te besaré mordiendo tus labios,
enredando tu lengua, embriagado de tu saliva, incendiando tu boca hasta que se
ilumine la madrugada y yo desde acá vea hacia el noreste el resplandor de ese
fuego por arriba de las montañas que creen separarnos y más, sin saber que ya
estás atrapada en mis redes oceánicas,
que solo trato de seducirte, de violentar tu vida de tierna mamabuela, de
tímida Safo y de recta dama del Rosario. Todo es una vorágine, un torrente que
fluye impetuoso, desatado y urgente, es la carne que encendida se torna
iridiscente, tornasolada multicolor, que vibra entre el amor, la pasión, lo
romántico y lo genital, que se abre olorosa como una orquídea y pene/tra como
un capullo de roja rosa túrgida, son vehemencias, deseos, in/cauta/ciones y
ansiedades de la piel, del sexo, de la carne trémula que sufre/goza el roce más
intimo, son los cinco sentidos que se desmoronan ante la sensualidad retenida
que ha encontrado la fisura por donde se consumará en un éxtasis arrebolado,
húmedo, punzante, derramando las ternuras del clímax vertidas en la eyaculación
y el orgasmo, ahí donde lo tímido ex profeso florece en directa y lasciva
intención, ahí donde la magia estremece, socava, urge, perfora e irrumpe,
dilata, acepta, admite, recibe y coge, en una ceremonia primitiva, instintiva,
en fin, seduce y se deja seducir. Asedio tu castillo, te quito el agua, lanzo mis
flechas envenenadas de pasión y sexualidad, hurgo en tus altas murallas
buscando las grietas, los intersticios por donde pene/trar en tus laberintos,
en tus más oscuros y húmedos laberintos. Con la puntita libidinosa de mi lengua
cautiva lamería tus lagrimas, bebería esa tu salada tristeza persiguiéndola por
tus pómulos, la comisura de tu boca, tu cuello, por entre tus pechos tibios, la
lamería escanciada en el tierno cuenco de tu ombligo, la bebería impúdico en la
duna ardiente de tu vientre, la sorbería como un dulce rocío salino atrapado
entre los vellos de tu pubis, y la seguiría relamiendo en el surco de tu sexo
disuelta en tus íntimos licores, y más abajo a lo largo vertical de tus muslos
inquietos, tus rodillas y tus pantorrillas, hasta tus tobillos y tus empeines,
hasta la punta misma de los dedos de tus pies. Veleidosa musa de mis próximos
infiernos, me das y quitas, me amas y me desamas, muéreme esta noche venidera
en mi renovado intento, difuminado entre las luces de tus luciérnagas y tus noctilucas,
muéreme y muérdeme. Muérdeme. Muéreme.
sábado, 14 de julio de 2012
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