(Más que miradas y dedos)
“te ofrezco mi espalda para que
la beses y cabalgues”
Queman mis labios tu cerviz
perfumada, sientes en tus hombros el fuego de mi aliento y el húmedo ardor de
mi lengua, tu rostro hundido en los suaves almohadones ahoga tu respiración
anhelante temerosa por el dulce dolor que presientes. En un rito de aceptación
ancestral abro dulcemente con mis manos el mullido valle de tus nalgas y lamo
con creciente vehemencia el carneo brocal del pequeño pozo del deseo, lamo y
ensalivo, lamo y pene/tro con la puntita de mi lengua esa cavidad mínima
explorando tus sensibilidades. Luego vuelvo atrás, a besar tu cerviz perfumada.
Me excita el roce lánguido de tu espalda en mi pecho, mi verga dura se desliza
por el tibio surco carnal que entre tus nalgas levantadas oculta la apretada
abertura del goce secreto, esa breve flor encarnada, sensible y estrecha. Voy
al clímax de la pasión por otro camino, me brindas tu laurel secreto, me
regalas la más sagrada rendición, la consumación de los dioses. Mi miembro
erecto es como un animal sigiloso, como un ídolo fálico rígido y punzante que
se desliza gozoso en la hendidura suave del valle de tus pálidas ancas,
buscando con instinto salvaje la estrecha abertura sensual, ese botón floral
que espera latiendo temeroso. Roza y surca, punza y empuja, clava, hunde y
desliza, punza, busca surcando, intenta punzando. Mis manos se aferran con
desesperación a tus caderas, he encontrado al fin la diminuta puerta al placer
y hundo mi falo duro con suavidad gozosa. Sientes a la vez el dolor y el
deleite, te cabalgo como un lento corcel rendido haciendo vencer en ti el
placer sobre el suplicio y te entregas y me entrego. Pene/tro con paciencia de
sabio pervertido, hundo con sádica lentitud la dura lanza en la frágil herida,
un poco más cada vez, tus grititos y mis quejidos marcan nuestros territorios.
La silueta de nuestras sombras abotonadas muestra dos canes en cópula
desenfrenada. Sifoneo, cabalgo, introduzco, violento, violo, gritas, pides,
ruegas, rompo, hundo hasta que mis vellos púbicos cosquillean tus mórbidas
posaderas, y viene una convulsión instantánea y sientes en cada espasmo un
chorro de semen hirviente, urgido, que fluye en una corriente subterránea,
orgásmica, furtiva, eyaculatoria, intima y final. Beso tu cerviz, huelo tu
aroma, muerdo tiernamente tu pelo. Vale.
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