“y yo mirando desde un rincón en
penumbras, sin atreverme a tocarte”
Es el vicio de ver y ver tu
cuerpo, y aquí estas ahora desnuda de pie frente a mí, entregada a mis
descarados ojos ávidos de ti. Yo sentado desnudo en un sillón en la
semipenumbra del cuarto. Inicias el juego impúdico de tocarte y yo el juego
lascivo de observarte, de verte en la plenitud de tu deseo tensada como un arco
sexual. Veo tu mano embebida de ti misma hurgando desenfrenada en tu vulva que
imagino húmeda y ardiente, como un manantial mórbido. Alcanzo a oler esos
aromas íntimos y mi erección alcanza la cumbre del deseo macho. Tu miras con
apetito carnal como mi mano aprieta el miembro, túrgido, agrandado y reluciente
como un tótem violento que surge en medio de una selva. Veo tu dedo estimulando
el clítoris en un suave y sedoso torbellino, tu mano abriendo esa flor de
labios turgentes, ves mi glande enrojecido y brillante que asoma de mi puño
incesante. Buscamos cada uno en su propio cuerpo el éxtasis solitario, el goce
genital, reviviendo oscuros juegos clandestinos de la urgida adolescencia. En
medio de la masturbación anhelante quedo absorto en tus pezones erguidos y en
el erótico balanceo de tus senos sujetos al ritmo lubrico de tus ansias.
Ocultos por la penumbra y el deseo, nuestras voces enronquecidas, sin trabas,
balbucean tiernamente palabras soeces, obscenidades excitantes en su vulgaridad
expresiva, los cuerpos entregados al frenesí dibujan gestos íntimos y obscenos,
los rostros se abren en muecas procaces a las miradas lujuriosas del otro. Es
en la cúspide de esta entrega cuando la verga hinchada y desafiante, eyacula y
se vierte en un brebaje lechoso que salta en densos chijetes. En ese mismo
instante, tu pubis impúdico me muestra tus dedos en movimiento acelerado
rotando en tu flor carmesí, arrancando hasta el último impulso orgásmico, luego
veo como destila la abundante miel de tu autosatisfacción en ese vértice de tu
cuerpo estremecido. Nuestras miradas cómplices se encuentran en medio del
vendaval de sensaciones y nos dicen en silencio que en esas especulares
culminaciones hemos cristalizado el deseo de vernos.
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