“succionar tu rígido pene… alcanzo con la punta de la lengua a lamer
ese botón inflamado de calentura… no dejo de chuparte todo”
Es la noche de anoche. La
desnudez de los cuerpos hierve sobre el lecho donde nuestras sombras relucen
agitadas y sudorosas. Los labios mordidos balbucean nuestros nombres mientras
recorremos la piel entera del otro con demorada pasión. Es el inicio del rito,
la oralidad vehemente de la succión soñada. Hay una sed en mí que has
descubierto, adivinando donde he soñado tus besos, tus labios, tu boca y con
lenta suavidad desesperante, bajas a mi sexo erguido que te espera, torre,
mástil, túmulo, ídolo fálico esperando la adoración oral en deliciosa saliva y
profundas succiones. El calor animal de tu boca lo envuelve, lo humedece en tu saliva
hirviente, lo succiona voluptuosa, y caigo en el torrente de un río turbulento
que me arrastra, que me pierde en un remolino de sensaciones extremas, en
desvergonzados deseos cumplidos. Te apuran mis manos enredadas en tu pelo, mi
voz es una fiesta de gemidos salvajes mientras se te entrega mi cuerpo en
mórbidos espasmos. Mi verga es una torre carnal y sensible que se derrumba en
tu boca que lo muerde como una fiera hambrienta, y se rinde a ese placer
insoportable. Loca por beber mi miel de macho deslizas una y otra vez tu lengua
suave y lentamente de arriba a abajo por mi miembro, recorriendo sedienta su
tallo endurecido y su terso capullo, lo entras y sacas de tu boca, lo
succionas, lo mamas, lo chupas hasta que sientes que deliro en un goce incontrolable,
entonces lo aprietas dentro de tu boca con la lengua y el paladar, me
enloqueces, me desesperas del más puro placer sexual, afirmo delicadamente tu
cabeza y hago que succiones más y más rápido, de pronto estallo, no puedo
contenerme más y en una divina eyaculación lleno tu boca de ese lácteo licor
denso y ardiente que esperabas. Algo tibio pero quemante, un íntimo fluido
denso y suave, un brebaje de dulce, como una miel blanca y delicada escurre por
la comisura de tus labios entreabiertos. Mi miembro lentamente va perdiendo su
erección en el húmedo nido de tu boca, lo mantienes ahí para sentir como va
decreciendo en tamaño y rigidez, poniéndose cada vez mas tierno y pequeño,
cuando ya es apenas un botón de carne, fláccido y tímido, lo dejas escapar lentamente
de tu boca, muy lentamente, al final alcanzas a apresar el laxo prepucio
apretándolo con tus labios, lo estiras hasta soltarlo con dulce y lúdica
lascivia. Te beso, mi semen y tu saliva ungen nuestras bocas en un beso
sagrado. Vale.
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