Par le rosé et
la villosité de la Comtesse
"O el infierno rosado donde él
escribe" (i)
Fueron como una muy buena mano de seis
cartas de un naipe de burdel erótico que me llegó en el voluptuoso azar del
atrevido juego del “mira para que me sufras”. Fueron seis rosados angelicales,
con la dulzura del color de las rosas enamoradas, con la romántica sensación de
una etérea suavidad de pétalo de flor de cerezo, ese rosado como revés de
naipe (ii), rosado rozado, rosado carnal, rosado de labios vulvales, rosado
clítoris, rosado de la olorosa rosa de su sexo. Fueron seis rosados arremangados
sobre su vientre, descorridos con sexual malicia, rosados que enternecen la
sensualidad de sus piernas desnudas, rosados que con sus muslos triangulan la
oscura pilosidad de su Monte de Venus. Seis matojos de pelitos ralos asomados, apenas
ensortijados vellos púbicos donde enredar mis dedos en la búsqueda de su goce y
de la fuente de mis onanistas obsesiones, pendejitos exhibicionistas, champa,
mata, porno matorral, musgo que crece en los bordes del mojado y voraz paraíso.
Seis veces el rosado tiernucho, el velloso monte, los mórbidos muslos, las
manchitas consteladas, las rollizas rodillas y las pálidas pantorrillas, el
talón y los pies allá lejos, seis veces. Ella repetida con leves variaciones de
espaldas, con las piernas cruzadas guardando el tesoro humedecido de su vulva,
seis veces. Las miro y remiro seis veces y me perturbo imaginando que aprieta y
frota sus piernas hasta lograr el orgasmo, moviéndose sólo ligeramente hasta
los instantes felices que mi mano masturbadora repite en el apriete y el frote
en mi miembro de rosado glande.
(i) Luis Ospina
(ii) Fundación Mítica de Buenos Aires. Jorge
Luis Borges
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