Te me apareces ahí en el círculo del espejo
inserto en negras y blancas superficies, con tu rostro escondido en el
destello, tu camisola gris claro como quemante ceniza volcánica, como un tenue
velo que dibuja las voluptuosas curvaturas de las combas tibias de tu pechos, y
el escote cómplice apenas entreabierto mostrando difuso el sensual canalillo y
el suave y carnal borde de una rica teta. Te me asomas incitante ahí en el
círculo del espejo sobre su brillante pedestal como dentro de una deliciosa
burbuja, con tu mano de lindas y cuidadas uñas, largas y perfectas, de un
misterioso color entre rojo granate y dorado anaranjado, sosteniendo ofreciendo
exhibiendo tu seno entero a mis edípicos deseos, con su orgulloso, tierno y
erguido pezón como centro exacto de mi universo, ahí brindado al vicio
incesante de mis ojos, incitando a pecar de voyeristas perversiones. Te me
exhibes en el círculo ya esquivo como un sol ardiente entrando en un eclipse,
la misma camisola gris ahora abierta y siempre el rostro detrás del destello,
con tu seno absoluto y desnudo en su excitante y terso mármol rosado carne, con
su pezón fulgurando en esa cálida duna y un amplio fragmento de tu estomago,
ese territorio donde mis labios sueñan repartir los lamidos y besos que
acumulan mientras te miro y miro ahí incrustada en ese círculo de paradisíacas
visiones. Inserto en esas negras y blancas superficies y en un breve rincón de
color concho de vino, tu pecho posee la misma tersura de los ónices.
viernes, 30 de octubre de 2015
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