- Aun no me visto, estoy desnuda en la
cama y con ventilador
- Uf… piluchita?, eres cruel…
- Sí, todo el rato, incluso cuando me
llamaste
Ella, la musa desnuda sobre la cama en la
altísima soledad de su castillo, el ventilador gira envolviéndola en su fresca
brisa que la acaricia impúdica, que se desliza por su piel y las lunares
constelaciones de sus muslos, que roza sus vellos púbicos como las yemas de
unos dedos lascivos, ella allí desnuda devorada por los deseos del que la
imagina aun sin saber de su provocativa desnudez secreta. Ella oye una voz que
la persigue en un eterno acecho de tímido seductor distante, que la arrincona
en los oscuros rincones de sus instintos, y se resiste, y se rebela, y se deja
seducir un poquito, y goza de ser la deseada en el húmedo calor del mediodía,
de ser gozada así desnuda sobre la cama
en la altísima e inexpugnable soledad de su calcinante castillo. Él imagina
esos muslos imponentes como la entrada al paraíso, los pelitos olorositos a
hembra, el ombliguito para meterle la lengüita, el pezoncito dormilón, la piel
perlada por el bochorno del calor enclaustrado, la carnalidad impura que
florece esplendorosa entre los lirios erectos de la lascivia. Él percibe esa
intensa voluptuosidad del pudor extraviado en el calor bochornoso, la piel
perlada por el leve sudor, el misterio de la rosa envuelta en su vaho sexual,
sus pétalos humedecidos, el oscuro musgo que la esconde, la plena
incandescencia del deseo, percibe la maja desnuda esperando imaginando soñando
deseando, atada a sus intransables recatos. Ella mira su desnudez impúdica y se
excita soñando unas manos que la pervierten, que la manosean chapoteando en el
tenue sudor de la canícula. Él delira fantaseando con esa desnudez impúdica y
se erecta soñando sus manos pervirtiéndola, manoseándola y chapoteando en esa
piel por el tenue sudor que la lubrica.
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