Para G.
En el muy antiguo espejo te reflejas con la
dulce nitidez de la memoria, de tu recuerdo plácido que se incrustó en mis
deseos como algo que es al fin, pasado tantos años, irrecuperable, tu delicada
sensualidad que se despliega como una tímida flor nocturna, tu encanto de
etérea dama mariposa, tu sutil coquetería con la que juegas con mis deseos de
retraído escarabajo, la diáfana sonrisa de la que bebí tus besos en un ayer
desbordado de sensaciones y emociones que dejaron imperecederas cárcavas en mis
sueños de ti. La luz de la lámpara es un sol que amanece en la intimidad de su
ámbito inexpugnable de esfinge sentada en el borde del lecho donde sueña (sin
atreverse a vivirlas) sus secretas ansias de volver ser lánguida hembra en mis
brazos como en ese antes cuando nuestros caminos se enredaron en la tenue trama
de felicidades y cercanías que nos deparó el destino. El ovalo vertical te
repite coqueta y tierna, deseada para los besos de lenguas entreveradas, para
las impúdicas caricias en la penumbra, para la sensitiva cópula que nos
impregnaba de nosotros. Y en la evocación fugaz de verte cercada por el
biselado del cristal en el territorio del rojo carmín, palpo otra vez la plena
madurez de tu cuerpo nunca completamente desnudo salvo en el roce y la caricia,
la tersura de tus pechos excavados en mis manos, mi mano ahí en tus rodillas,
en tus muslos, en la largura suave de tus piernas, mi boca ahí en tu hombro
desnudo besando lamiendo humedeciendo esa piel negada a los último goces de las
últimas vendimias. Me quedo extasiado, hambriento de tu carne tibia y sediento
de tu íntimo néctar, mirando en el azogue esa tu boca que bebió de mi lujuria,
esas tus manos que se deslizaron por mi piel encendiéndola, y ese cuerpo frágil
que poseí embelesado en esas tardes del recuerdo que refleja impenetrable el
espejo.
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