Me sonrojo y te cohíbes entre
decodificaciones de siglas incandescentes, bajo la tentación de la rosa
incitante, trabados como amantes desesperados en el juego de mayúsculas que
dicen lo que no nos atrevemos a decir con las palabras enteras susurradas en tiernas
minúsculas. Ambos ahí, al borde del abismo de las pasiones desatadas, de la
carnalidad palpitante que fluye por los cuerpos en el caudal de la imaginación
sin censuras, libre al vuelo de sus ansias, abierta a los designios de la
lujuria que rige los deseos. Como niños riendo en el juego inocente de cómplices
iniciales encubridoras, sabiendo que encendemos un fuego del que después no
podremos escapar, sabiendo que somos leña seca a punto de inflamarse, (por eso hay
una fecha titilando en los tiempos para no arder ahora y ser llama, brasas,
hoguera, sin posible consumación), y nos escondemos en las cenizas tibias de un
ayer en el que acaricié tu piel sin tocarte, y besé tu boca sin rozar tus
labios en los brumosos nocturnos de los parques invernales con sus estatuas
congeladas. Sin intención los lúdicos glifos reviven los placeres cometidos en
los antiguos escondrijos del goce, por las voces alguna vez, por las escasas imágenes
que rompieron la distancia y convergieron en el estremecimiento, en la
excitación, en el pecado inevitable. Y soñamos la caricia, los lamidos y los
mordiscos, la cópula y los laxos cuerpos saciados escondidos de la madrugada
para alargar la noche más allá de lo razonable, mientras sobre la mesita los
cafés a medio beber y los cigarrillos convertidos en largas y quebradas cenizas
detentan la certeza del tiempo detenido. PBDMD.
domingo, 3 de enero de 2016
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