Pensando en G.
Espero pacientemente tu sonrisa lunar en la
luna del espejo, tu imagen hierática y distante, imperturbable, la delicada dulzura
de tus ojos y de tus manos, el tenue resplandor de la piel de tus muslos o de tus
hombros, y porqué no, quizá tus pálidos pechos soleados como alguna vez
inolvidable, verte vestida con tu pudor ancestral de mariposa nocturna que
niega cualquier entera desnudez, o verte desnuda inmersa en la etérea lascivia
con que me inundas de oscuros deseos, de perturbadoras perversiones imaginadas,
de una amorosa complicidad secreta, sutil, casi transparente. Y sigo esperando
acceder al lúbrico tesoro de las impudicias que crecen en tus más profundos
laberintos como lujuriosos musgos encantados, el roce pecaminoso de otro cuerpo
como el tuyo, la impura marca de unos labios vedados en tu pubis de hembra
incierta, la lánguida persistencia de unos sáficos dedos enredados en los
pétalos de tu vulva inconclusa, en fin, esas intensas obscenidades que sueñas
en la soledad de tu venusterio cuando te dejas llevar por los cauces de lo prohibido
y fluyes por tus antiguos instintos libre de tus dolientes y púdicas
negaciones. Y seguiré esperando sometido a que te atrevas a cruzar las ciénagas
donde florecen tus ocultas y ambiguas depravaciones, los tiernos vórtices del
vértigo de tu misteriosa seducción que me ha atrapado por años y años en la
espera quizá inútil de reunirnos en la húmeda obscuridad que nos invoca, donde
confluyen nuestras pequeñas depravaciones, nuestros íntimos gustos escondidos, la
espera anhelante de la inmersión absoluta en nuestras verdaderas sexualidades,
juntos, unidos en el dolor de no vernos, como en el eterno y gozoso coito
sagrado de la ceremonia de ese culto secreto y sacrificial del que eres
al tiempo oficiante y divinidad y profanadora y víctima (i).
(i) Tomado y muy levemente modificado de “Se
una notte d'inverno un viaggiatore”, Italo Calvino, 1979.
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