(Con licencia poética pero con el
respeto de siempre)
El calor de las ardientes arenas grises
sube por sus pies desnudos, sus piernas, sus mulos, abrasan su pubis y sube por
su vientre, inundan de fuego su ombligo y sube abarcando sus pechos hasta
incendiar sus pezones y sube por la palidez de su cuello y sube para ruborizar
sus mejillas de sonriente y elegante dama con la blanca sombrilla en su extensa
y soleada playa solitaria. De pie sobre las grises arenas donde se recorta su
silueta de sirena o nereida, su cuerpo maduro vestido de rosado en sus muslos
incitantes, de negro y rojo en una trabazón caótica que delinea la mórbida
tentación de sus caderas, y la punzante voluptuosidad de sus senos. Ella
incrustada feliz en las franjas paralelas del gris claro de las arenas bajo sus
pies, del gris oscuros de las arenas donde el mar intenta tocarla con su
lujuriosa marea, de los matices del azul marino, del las albas olas que la
persiguen, del lejano púrpura del farellón costero y del suave celeste cielo
allá arriba en lo más alto del paisaje. Y la repite su sombra como una estatua
horizontal desnuda ante un horizonte de celeste cielo y azul de mar, y los
albos oleajes intentan alcanzar a tocarla, a acariciarla, a poseerla en el
ardor de las arenas y en la tibieza de su cuerpo palpitante. Ella radiante y
alborozada en su playa donde sueña sus sueños de gaviota en libre vuelo, ella
dejándose desear por los sumergidos peces sometidos a su encanto y por los
reflejos del sol en las olas que besan la sal de su boca, ella desde siempre
deseada y para siempre imposible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario