martes, 12 de enero de 2016

SURGENCIAS AL ATARDECER


Mientras te espero en mi crepúsculo que ya se inicia me voy disolviendo en sus variaciones de sombras y penumbras, me voy encendiendo en los infinitos matices del rojo o del anaranjado atardecido. Huelo absorto en la espesura del deseo tu perfume de rosa inconclusa, el ácido aroma de la piel fragmentada e incompleta. Me arrancharé en el nido de tu escote todo el ocaso para que me sepas tuyo ahí entre tus pechos soberanos, sumergido en tu mórbida tibieza, aferrado succionando tus pezones como un vicioso sediento mientras sigo oyendo tu voz en su susurro más allá del vicio diciéndome al oído las palabras de nuestros lúbricos códigos prohibidos. Y te impregnaré de mis besos impuros ya nocturnos cuando en tu lecho comiences a desgranar tus deseos atrapados sin consumarse en los resquicios de las vagancias del día, percibiendo el olor de tu pelo incrustado en tu almohada, la tibia marca de tu cuerpo en las sábanas revueltas por las ansias truncadas. Pasado el crepúsculo y entrada la noche me soñaré esperando a que te duermas para ir calladito y echar hacía atrás la sabana y después subir muy despacito la camisola y luego mirarte bien tus vellos púbicos uno a uno, olorosarlos, rozarlos muy levemente con un dedo, con la punta humedecida de mi lengua pecadora, y después levantarte más la camisola, más arriba del cuenco sensual de tu ombligo, y punzarlo con profana levedad con la misma punta de mi pecadora lengua humedecida y luego sentarme a esperar que te des vuelta y sigas durmiendo bocabajo, ahora desnuda, para palpar con mis manos sin tocarte, las curvas salvajes de tu espalda, de tu cóccix, de tus nalgas, de tus muslos, de tus pantorrillas, de tus talones, y repetir el lascivo periplo una y otra vez hasta que ladren los perros en la desesperación de la madrugada.


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