Mientras te espero en mi crepúsculo que ya
se inicia me voy disolviendo en sus variaciones de sombras y penumbras, me voy encendiendo
en los infinitos matices del rojo o del anaranjado atardecido. Huelo absorto en
la espesura del deseo tu perfume de rosa inconclusa, el ácido aroma de la piel fragmentada
e incompleta. Me arrancharé en el nido de tu escote todo el ocaso para que me
sepas tuyo ahí entre tus pechos soberanos, sumergido en tu mórbida tibieza,
aferrado succionando tus pezones como un vicioso sediento mientras sigo oyendo
tu voz en su susurro más allá del vicio diciéndome al oído las palabras de
nuestros lúbricos códigos prohibidos. Y te impregnaré de mis besos impuros ya
nocturnos cuando en tu lecho comiences a desgranar tus deseos atrapados sin
consumarse en los resquicios de las vagancias del día, percibiendo el olor de
tu pelo incrustado en tu almohada, la tibia marca de tu cuerpo en las sábanas
revueltas por las ansias truncadas. Pasado el crepúsculo y entrada la noche me
soñaré esperando a que te duermas para ir calladito y echar hacía atrás la
sabana y después subir muy despacito la camisola y luego mirarte bien tus
vellos púbicos uno a uno, olorosarlos, rozarlos muy levemente con un dedo, con
la punta humedecida de mi lengua pecadora, y después levantarte más la
camisola, más arriba del cuenco sensual de tu ombligo, y punzarlo con profana
levedad con la misma punta de mi pecadora lengua humedecida y luego sentarme a
esperar que te des vuelta y sigas durmiendo bocabajo, ahora desnuda, para
palpar con mis manos sin tocarte, las curvas salvajes de tu espalda, de tu cóccix,
de tus nalgas, de tus muslos, de tus pantorrillas, de tus talones, y repetir el
lascivo periplo una y otra vez hasta que ladren los perros en la desesperación
de la madrugada.
martes, 12 de enero de 2016
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