Para G.
“Ni la sobrante sugerencia ni las
mutaciones de las eras, logran escindir el destello del cristal de su
procedencia.” Sierpe de Don Luis de Góngora. José Lezama Lima, Junio y 1951.
Cruzan y se desgranan los años en su
vorágine inevitable, nos desgastan, nos someten a sus aconteceres y nos van
derrotando uno a uno, pero tú persistes inevitable reflejada en el ovalo de ese
espejo, donde habitan tus pechos que mis manos acariciaron sedientas esas
tardes de íntimas locuras, bajo en negro gris casi transparente, tu vientre y
tu pubis que mis dedos recorrieron extraviados en el éxtasis en antiguos
atardeceres irrepetibles, bajo en tierno rosado de tu camisola, tu rodilla
desnuda que acaricié vehemente en la cómplice y pretérita penumbra, como un
sensual llamado a estas tímidas lujurias que me disgregan como un polvo dorado
por los resquicios de tu cuerpo negado, ahí moras en tu lecho inexpugnable
entre los azules lirios del Van Gogh y el edredón de la miríada de tiernas florcitas.
Habita palpitante tu imagen en ese suave difuso que la hace más dulce, más
lejana, más imposible, pero igual deseada hasta el tormento, y beso el tibio
canalillo como si cayera en el abismo de tu leve perfume que se evapora en la
medida que te sueño o deseo u observo en la lisa luna biselada del espejo. Y
tus estilizadas manos danzan sobre el artilugio que te reproduce, te fija y te
envía a mis ojos en acecho. Permaneces eterna en el azogue desde donde me
excitas sutilmente, donde eres la misma en la levedad de tu ser evanescente y sexual,
donde brota la urgencia de volver a estar ahí donde mis manos estuvieron,
porque te imagino frente al espejo mía absoluta, y porque nunca nos dejaremos
de soñar, nunca, y yo te seguiré siempre esperando, siempre.
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