“La única verdad que puedo escribir es la del instante que vivo.
Acaso el verdadero libro sea este diario en donde trato de anotar la imagen de
la mujer de la tumbona en las distintas horas del día, tal como la voy
observando al cambiar la luz”. Si una noche de invierno un viajero. Italo
Calvino, 1979.
En el vértigo del abismo que va de la
provocación al ensueño no me canso de mirarte, disfrutarte, gozarte, fascinado de
verte ahí, allá por los rumbos de las aguas y las montañas, inserta en el verde
de los sauces, del pino oscuro, de la
vegetación salvaje, de la grama, de los roqueríos graníticos bajo ese lujurioso
sol implacable que acaricia subrepticio tu pantorrilla. Recostada lánguida y
sensualmente perversa, de cuerpo entero semidesnuda en el fucsia que persigue
el matiz de las dalias, tu piel morena entibiando el paisaje, la largura
mórbida de tus piernas desnudas como tus brazos, el escote inquietante como la
tierna obscenidad de mi edipica obsesión, pero es en los fragmentos pálidos de
tu pecho y tu ingle donde mi deseo fulgura en sus destellos de rojos incesantes.
Allá los insistentes arreboles que te cercan, acá la rosada flor encantada en
la incandescencia de mis dedos, mis manos extraviadas en la sensual plenitud de
tu cuerpo maduro expuesto a mi lujuria callada, contenida, casi secreta. Y sin
querer mi boca se va deslizando en breves mordiscos desde la punta de tu pie
hasta la perfumada bifurcación misma de tus muslos donde los pétalos de la rosa
humedecida laten escondidos ocultos perturbadores esperando mi boca, y sin querer
mis labios se van besando en breves besos succionantes desde la punta de tu pie
hasta la perfumada bifurcación misma de tus muslos donde los pétalos de la rosa
humedecida laten escondidos ocultos perturbadores esperando mis labios, y sin querer
mi lengua se va lamiendo en largos y lentos lamidos desde la punta de tu pie
hasta la perfumada bifurcación misma de tus muslos donde los pétalos de la rosa
humedecida laten escondidos ocultos perturbadores esperando mi lengua carnívora.
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