Para G.
Será una tarde venidera, cercana pero quizá
imposible, un encuentro esperado por trece largos y lentos años, desde ese
último abril sin lluvias, serán las mismas voces, los mismos deseos, los ojos
más cansados de buscar ese rostro en las estaciones y las calles, será en la
punta de rieles, frente a una antigua iglesia blanca como paloma o espuma. Sea
entonces mi cabeza en tu regazo oculta en ti al tedio cotidiano. En el calor de
tu cuerpo el descanso y el amor en el leve roce de tus manos. Desviados los
vientos de tristeza, hundirnos en tus sueños secretos y como niños alegres y
desnudos descubrir las tibiezas prometidas. Sensuales urgencias en penumbras cercan
la noche, los insomnios, lubricas imágenes ardientes se diluyen hacia la tibia
madrugada. Vayas así borrando los rostros y los años, los fantasmas, los
dolores, el miedo, toda piel que fue ajena, toda humedad desesperada (i). —Ante
las piernas cerradas me detengo y llamo con mis manos su hambre. Con mi
aldaba toco, en la puerta de la lujuria. Aquí fuera estoy sólo y hace
frío, ábreme las puertas del sombrío delirio, del abismo insondable de tu ser.
Y deja que profane tus estancias con el territorio entero de mi piel.
Siente el ariete suave de la lengua, los dedos que desatan envoltorios de
mujer, y cómo mi jauría te desborda el sonrosado dique que se vuelve a
estremecer. Abre las puertas, vengo huyendo, he robado el fuego de las tumbas,
la salud de los muertos, y un afán de suicida deshonesto. He robado en los
teatros, en los libros, esencias de aliciente, musgo, y dos manzanas con sitio
para el mordisco. Compartamos este botín ilegítimo, esta riqueza volátil que no
nos pertenece. Ácidos licores y azahares, magnéticas sustancias con sabor a
luna en el azul de tus hogueras. He robado verdes caricias en el sexo, abierto
manantial de porvenir. Déjame entrar en la guarida porque soy cuarenta
ladrones, porque advierto en tu calma tu eterna virginidad, en tu cama
mi cabeza ciega, látigo del placer, para que me abras las piernas nuevamente, hembra
mía (ii). —Mi voz rozando tu
cuello, tus pezones, tu bajo vientre capturado por el deseo,... se cuela entre
latitos de mi miembro, húmedo y sensible sexo del encuentro. Abre las piernas, mariposa
mía, abre esas piernas, hembra esquiva, da un paso más, olvídate de ti. El
viento se detiene en el vértigo, arranca la piel en destellos de luz. Cuando
regrese, saciado y feliz, me sonreirás desde la blancura de una página. Abre
las piernas, niña tímida, abre las piernas como para volar, abre las piernas, mi
musa "...vanidosa... veleidosa, posesiva, tierna, dulce, mentirosa,
apasionada", demos otra vez un paso más… (iii). Y será el reverbero de
aquel inolvidable lapso desatado que duró dos primaveras apenas y del que
memorizamos para siempre ese mágico guarismo: 308.
(i) Versión en prosa de 'Origen del Deseo', R. D. Ramírez, 2001.
(ii) ‘Abre las piernas amor mío’, K. R.
Alday, 2012, con breves intervenciones.
(iii) Reescritura de ‘Abre las piernas,
amor mío’, M. O. Menassa, 1999.
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