Para G.
Te escondes difusa y lejana en el espejo
manzana o mariposa, enmascarada o sin rostro reconocible, bajo los globos de
colores y sobre el arcón donde guardas los recuerdos. El muro blanco, las
antiguas y oscuras maderas, el íntimo pasillo que da a tu insobornable
dormitorio, la luz del día allá al fondo entrando por la cortinada ventana y la
abierta puerta por donde te me escapas cada día al día siguiente y a los
sucesivos como una sutil mariposa inasible, impalpable e imposible. Los
rincones y recovecos por donde habitas y te deslizas tenue, silenciosa, sola,
los sitios de tu ámbito de grata soledad, por donde caminas nocturna con tu
burqa, o quizá por donde deambulas en los plenilunios semidesnuda buscando las
perdidas fuentes del deseo, ansiosa, hambrienta, excitada, sin encontrar la
penetrante sensación o el erótico recuerdo de aquellas tardes nuestras de
ardientes desvaríos. Busco las huellas de tus pies descalzos en esas brillantes
caobas cuadriculadas, los vestigios de tu tibieza en los muebles, en los
cuadros, en el mismo azogue, y no te encuentro sino apenas reflejada en un ala
del espejo, tierna, pequeñita y evanescente, tal como te recuerdo. Huelo en el
aire contenido en ese volumen de tu hogareña intimidad la dulce intensidad de
tu perfume, imagino la presencia etérea de tu cuerpo reverberando en sus
delicadas lujurias de hembra soñadora, percibo la sensitiva madurez de tu piel,
rememoro el voluptuoso sabor de tu sexo en un atardecer ya irrepetible. Y como
no te encuentro ni vislumbro, me voy cabizbajo y tristón rumbeando detrás del
jinete y los caballos que cruzan silenciosos por allá arriba en el alto y
sobrio artesonado.
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