Pour la Comtesse répandue
Desaguas el misterio del deseo, has roto el
cántaro de tu pudor, derramada así inquietas las fibras del macho obsequiado, lo
excitas y lo perturbas, lo incitas al pecado de la mano en el miembro. Volcada
en tu sabrosa impudicia reclamas tu derecho a la rígida erección, al voyerismo
extasiado, a la intensa masturbación consumada en las tres visiones de ti. Desecas
las fuentes del vicio solitario, estrujas sin tocar, ordeñas sin manosear, pero
a la distancia que te exime de culpa, de eróticos frotamientos y de ardientes sudores.
Trasiegas tus mórbidas carnalidades, pie, pantorrilla, muslo, pubis, y los
mórbidos pliegues de tu vientre, exhuberancia que acontece irguiendo el único
mástil del pervertido velero que vaga en solitario en tus oscuras aguas
sexuales. Inundas los cuencos de las
lujurias, los desbordas y fluyes sobada, lamida, acariciada, succionada, urges
la hondura de la noria seminal, recargas el acuífero que subterráneo y
sumergido se vierte lechoso, espeso, chijeteado. Desde esas honduras drenas tus
juegos y fuegos exhibicionistas, siempre al borde, rozando tus propios límites,
cercana siempre al abismo de tus ansias escondidas de seductora vampiresa ávida
de ser deseada hasta la jugosa eyaculación. Te derramas líquida y olorosa en el
pubis y sus pelitos, íntimo y ralo matorral reverberando contra el granate de vermicular
textura. Te decantas esfinge y vestal en la larga y mullida pierna levemente
plegada, manchitas lunares, sobre el oscuro granate en penumbra, la mariposa
corazón aleteando en el claro esplendor de tu piel. Te trasvasijas mujer y hembra
en las excitantes plegaduras de tu vientre, muslo y pálido glúteo, en un piernas
abiertas bocabajo insinuante sobre el granate oscurecido, quizá la más quemante
imagen, la más impúdica, la que más calienta, la que incinera con un ardor
lascivo mientras desespera la carne endurecida que late en la mano enviciada.
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