Pour la Comtesse inspiratrice
“Los signos de que está hecha la lengua
sólo existen en la medida en que son reconocidos, es decir, en las medida en
que se repiten; el signo es seguidista, gregario. En cada signo duerme este
monstruo: un estereotipo; nunca puedo hablar más que recogiendo lo que se
arrastra en la lengua”. Pensamiento de Roland Barthes en su “Lección inaugural”,
extraído del libro de Giordano “La experiencia narrativa”, en “Pubis Angelical.
Un aspecto de la novela de Manuel Puig”, de Susana Rozas.
Absorto ante el sublime espectáculo, lelo
de asombro, sobrepasado en su propia lujuriosa esperanza, hiperexcitado, recalado
o naufragado con el mástil erguido en el puerto de los barcos nocturnos con sus
luces imaginarias, sumergido en la ardiente realidad paralela de un erótico
sueño que se cumple contra toda posibilidad y todo afán de convencimiento. Toda
desnudez absoluta excepto el muy mínimo triangulo rectángulo de la tela de la
camisola en el rincón inferior derecho, que está ahí como un último baluarte del
ancestral recato de siempre, todo lo demás es piel, pelitos, y penumbras. La
mano pecadora del observador extasiado se conecta instintiva con sus ávidos
ojos que recorren con soberana impudicia la imagen de esquina a esquina, del
centro a los bordes, de las orillas al centro, una y otra vez y viceversa, la
mirada se expande abarcando los muslos cruzados uno sobre otro… Cruzando las
Piernas y Apretando los Muslos (i), después los ojos van trazando
con pervertida lentitud la Y invertida que viene del surco entremuslos y se
abre excitante en las curvas de las ingles pilosas, permanecen largo rato en
ese paraíso de ralos vellos púbicos que convergen en una fina línea de oscura
maraña velluda al borde mismo de la vulva invisible, reconocen el sol quieto y
la mariposa corazón revoloteando sobre el muslo derecho, se sumergen sin
solución de continuidad en el éxtasis y el delirio de esa fascinante epifanía
voyerista. Pero ya antes, en la parsimoniosa
peregrinación por el sendero de la Y, la mano ha comenzado a subir y
bajar, a sobar y apretar el miembro endurecido que haciendo honor a la
perturbadora visión se ha erguido inhiesto y sensible, dispuesto al solitario
placer masturbatorio. Y los ojos y la mano siguen, siguen y siguen, más allá de
la gratísima y chorreante eyaculación, enviciados y ahítos de esa intensa
sexualidad exhibida en abierto desparpajo por ese delicioso pubis calcinante.
(i) Tipos de masturbación femenina. Web
Fertilab.
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